12.09.2006






ANNETTE



Me ubico entre la pared y el caño que sube de la salamandra. De este modo garantizo que, si el ángel negro quiere estar conmigo, tendrá que acomodarse encima mío. El resto... en otros rincones. Bien lejos.
Excitada por el cansancio, las emociones y el 23 de abril que me entregó como anticipo, me desnudo y me meto en mi saco a esperarlo. No tengo dudas, sé que vendrá. Ya no me importan las capas de sudor seco, ni la falta del baño de espuma. Ni nada de nada. Porque será un fantástico encuentro de montaña. Fuerte. Salvaje.

Me despierto, no sé la hora, porque lo siento a mi lado.
La luz de la luna entra por una de las ventanitas. El ángel negro, en todo su esplendor, trata de desplazarme delicadamente contra la pared para ubicar su colchoneta.
Una ojeada es suficiente para darme cuenta que organizó al grupo de manera perfecta. Nadie más subirá a molestarnos. Ya te quiero, Bombón. Ronroneo como una gata cada vez que él me corre un poquito, hasta que finalmente se ubica, coloca su colchoneta pegadita a mi lado.

Le digo cuánta razón tenemos cuando nos quejamos por los problemas con los chilenos. Siempre, siempre, se nos vienen encima. No entienden de fronteras, sobre todo si están con un pié del otro lado, y le señalo su pié. Que él tiene TODO el resto del lugar vacío, y tiene que venir justo a ponerse en el único lugar ocupado. Que lo odio, por despertarme. Ané, con ese tono... ni yo le creo a Annette.

Sonríe.
–Tú dices que odias a los chilenos, habla por fin. Y no tienes motivos. Yo te los daré para que me odies el resto de tu vida.

Que me parte hablando con los tu y los ti este tipo de espaldas anchas y pelo de amazona.

–Mirá, Chileno, no sé que buscás, pero te advierto que si sos un depravado sexual, gritaré y el bonito Jesucristo Súper Star que, tan bien te aseguraste que se quede abajo, subirá a rescatarme.
Ahora ríe el muy maldito mientras saca de una bolsita grande como mi puño una tela que despliega y cae suave en extensa nube oscura sobre su colchoneta y la mayor parte de la mía, porque es enorme su maravillosa y liviana bolsa de dormir de Guia de Montaña de los Torres del Paine.

–Calma Mujer. No te haré daño. Nada que tu no quieras, dice mientras le da la forma exacta de su nuca a una almohadita. Te acordarás de mí, de este maldito Chileno, el resto de tu vida. Y me odiarás, es verdad, porque no te dejaré dormir en toda la noche. Porque tu no querrás dormir, a pesar de tu cansancio.
Y lo dice mientras prolijamente acomoda sobre su cabecera un neceser. No quiero imaginar, Cielos, ya lo vi... el delicado y suave material con que protegerá y preservará su trozo cada una de las veces. Neceser del mismo color oscuro de la bolsa, y del estuche de la bolsa, y de la almohada que sacó también dentro del pequeño estuche de la bolsa. No puede ser de otra manera. Por lo que veo... se cuida, me cuida. Es perfecto.

Sin más y parado frente a mí, el ángel vestido de negro se quita el negro de encima, chaleco sin mangas, la remera, el pantalón (no lleva calzoncillo, obvio) y así nomás divino, con dos toques a los cierres de su bolsa la convierte en nido para dos. Se ubica dentro y con unos golpecitos de sus dedos sobre el espacio que queda libre a su lado, me invita: Ven. Ven aquí. Pónte aquí.

Annette repta desde donde está y se anilla ahí dentro, entre sus piernas. No entendería jamás las estúpidas razones de cualquier porque no.

A no sé que hora de la mañana, pobre, el ángel negro se desmaya. No olvido que venía del Chaltén, subió dos veces en el Piltri, animó toda la noche, se tomó todo el vino (con un déficit de 48 horas de sueño en su cuerpo) y aun así, me hizo batir alas en incontables vuelos sobre su pasión y la mía, durante horas y horas.
– Qué rica eres...

Ejem... Ané...
¿Acaso hay palabras más certeras para amar a una mujer, repetidas una y otra vez? Vamos... seamos francas.
Vieja Ané, hoy hasta yo te amo.
Mejor así Turrita, porque sino puedo convertir ésta tu noche en una porquería.

Luego de su lógico y natural desmayo, comienza a roncar a una palma de mi cara, como un buey. Un hermoso buey reventado.
Suena un despertador abajo. ¿¡Las 9 ya!?
Me acerco a su cara. Mi cara muy cerca de su cara. Su respiración es relajada, un ronquido, ahora suave, apenas le mueve las aletas de la nariz. Casi rozo su boca. Sigo por su nariz, sus ojos, su frente, recorro cada una de sus mejillas, me detengo en la chiva de indio con chiva. Recorro el negro brillante de su cabellera. Huelo. Lo huelo. Wuaw... Su aroma y el mío. Lo beso.

Por cierto que no te olvidaré jamás, Bombón.

Me visto sobre el hermoso caos que dejan los entreveros del placer cuando se trata, como él lo dijo tan bonito, de una simple cuestión de piel.

Bajo a saludar a Nachito. Lo escucho por ahí abajo. Disfrutaremos, mate de por medio, unas cintas de Bob Marley en el viejo grabador a pilas del Refugio. Sé que lo dan vuelta.
Le contaré que aquí arriba, recordé un viejo rezo de mi infancia:

Ángel de la guarda,
dulce compañía,
no me dejes nunca,
ni de noche ni de día.






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