12.21.2006


JODIDOS



Recorro los puestos de artesanías. Uno muy cerca de otro. Hay puestos y puestos. Desde una mesa con quesos, o panes, o bolsitas de harina integral, hasta un degradé de niveles cubiertos con un paño donde colocan frascos con los diversos dulces de frutos rojos de la zona, jabones aromáticos, velas, piedras, platería, flores secas, etc.

Colgados de las estructuras de hierro, atrapa sueños y llamadores de ángeles convocan con sus tintineos. O percheros con prendas de lanas tejidas a mano o telar acaso refieren cómo pasan las horas de invierno quienes viven en El Bolsón. Canastos con madejas y ovillos para quienes saben de qué se trata.

También están los puestos donde una tela cubre en su totalidad la estructura, para aprovechar mejor el espacio interior. Sobre las veredas de la plaza, a la vista de todos, palpita la trastienda de la feria. No muy diferente a la feria.


Algunos aprovechan las horas para continuar con el armado de sus trabajos. Otros comparten un mate, un termo con café, comen, conversan, tejen, amamantan, se miman, fuman -se fuman, agregarían los malos. O juntan firmas para oponerse a los trabajos de una empresa minera en El Hoyo. Hacen saber los daños nefastos, irreversibles que causará el emprendimiento.

Y hay quienes prefieren estar solos.
Como yo.
Fuera, Anushka.




No le veo los ojos, pero sin son azules, podría ser alguien parecido a él.



Y sola camino cuando lo veo.

Y... nuestros ojos se encontraron, porque una formidable ley de la vida hace que los jodidos se encuentren, escribió Luis Sepúlveda.


El hombre esta sentado delante de su puesto. Detrás, piezas de maderas se apilan sobre mesadas: fuentes de todos los tamaños, cucharas, cucharitas, cucharones, utensilios de las más variadas formas, percheros, platos, relojes, morteros, etc.
Él, sentado en su banquito, mira la galería de personas que van y vienen por el corredor de asfalto que separa una y otra hilera de puestos.
Un sombrero de tela gruesa sólo deja ver su tupida barba blanca. Viste una parca oscura que roza el piso - porque insisto, el banco es muy bajo. Unos viejos aunque enteros zapatones de cuero, acordonados, de puntas redondeadas asoman por debajo.
Descansa encorvado, como si necesitara apoyar sobre sus piernas alguna pesada historia que sostienen sus brazos.


Azules. Azules eran sus ojos cuando nuestras miradas se encontraron.

Saludo y paso al interior del puesto a mirar su arte. Y por cierto me lleva tiempo, hay mucho para revolver.


–¿Qué es esto? –le pregunto intrigada.
Gira despacio y mira lo que yo tengo en la mano: una pequeña pieza con finísimas ranuras muy parejas a su alrededor. Me mira. Mira la pieza, me mira otra vez. Lento se levanta, ¿con desgana? Y arroja con firmeza la pieza a la calle. Comienza a girar sobre sí misma de manera vertiginosa.
–Ah... Un trompo –digo.
–Un trompo –repite.
–Gracias. Qué bonito... –digo para no darle lugar al Qué pedazo de idiota que pide pista entre los dos.
Recoge el trompo, me lo devuelve y regresa a su banco.
Por supuesto no pregunto más.


Me quedo a su lado en silencio. A jugar con él. A escuchar lo que dicen los otros cuando pasan delante de uno. Conozco las reglas del juego, viejo zorro. Suelo practicarlo sentada sobre la arena de la playa en plena temporada veraniega. Sí que es un pasatiempo entretenido. Patético.

Al cabo de un tiempo dice, o me dice, cómo saberlo:

Hace unos años pasaron los hijo de puta. Qué, hijo de puta, pará hijo de puta, si será hijo de puta.
Y nos llenamos de hijos de putas. El país entero se llenó de hijos de putas.


Hizo una pausa. Luego continuó:


Luego pasaron los boludo. Qué hacés boludo. Si serás boludo. Pará boludo. Todos eran boludos.
Y se llenó de boludos nomás.


Otra pausa.

Ahora son los locos. Pará loco, cortála loco. Aguantáme loco. Qué hacés loco.

Nueva pausa. Larga pausa.

Yo no quiero perderme esto cuando se llene de locos. Locos por todos lados. De veras no me lo quiero perder, quiero vivir sólo para ver eso.
Porque será fabuloso
.

A modo de despedida me vienen unas tremendas ganas de besar en la boca a este genuino metafísico. (Seguro ya hizo los deberes) Pero no lo hago. No quiero ser la primera en llegar al festín apocalíptico de su visión.
Quizá, sin decirlo, juntos añoramos a otros apasionados, volados jóvenes que anidaron en este rincón de la Patagonia. Lindos, diferentes locos.




Próximo Capítulo: HANTA FRIO