12.20.2006


HANTA FRÍO



Me despiertan unos ruidos. Ruidos entre el techo y la ventana.

¿Qué es eso?

Hay detalles en la construcción del Hostel que, evidentemente porque se les vino la temporada encima, quedaron sin terminar. Los ruidos vienen de arriba, justo por donde pasa una viga de lado a lado con caños de luz y otros conductos intestinales del edificio.

¡Ratas!
Enormes ratas. Van y vienen a 40 cm sobre mi cabeza. Están ahí en el alero sobre la ventana. Las presiento, por el ruido, gordas, pesadas, con uñas largas. Qué asco.

¡Hanta Virus! El Bolsón. Pánico.

Salgo de mi saco de dormir, lo más rápido que permite salir de un saco de dormir, y bajo de la cucheta, lo más rápido que alguien con un brote se puede descolgar de una cama cucheta. Trato de verlas. Apoyo mi cara sobre el vidrio y miro el alero de afuera de la ventana.
¡Ahijunas salgan! ¡Necesito saber donde están para tener la certeza que no van a esconderse en mi nido!
Todavía el cielo está oscuro, solo brilla el lucero.
Entonces, las veo, gordas, rápidas. Golpean fuerte cuando caen sobre el alero y luego se descuelgan lentas, aferrándose al borde de la chapa en frustrado intento y caen sobre la alfombra de gramilla de la entrada del hostel. Una detrás de la otra. Como gotas de agua. Gordas y pesadas gotas de agua. Porque son gotas. Gotas de agua. Pesadas gotas de agua. Pero no llueve. Sé que no llueve. ¿Qué cuernos es esto?

Por las dudas aplasto toda, mi bolsa de dormir. Ni en pedo me meto ahí dentro otra vez. Y lo escribo fiel a la forma oral de mi discurso.





Ya que estoy levantada aprovecharé el día desde temprano.
Me doy una ducha de agua bien caliente para sacarme las ratas de encima, me visto, cuelgo la toalla sobre los radiadores de la calefacción y bajo. A ver qué onda sintonizo por ahí.
Ninguna. Todos duermen. Las montañas asoman entre la bruma. Me explota la cabeza de programas. Tomo unos mates y subo a buscar a XR. Qué bonita. Chequeo, todo bien.

Me pongo mis guantes de lana (dejan la mitad de los dedos afuera, maravillosos porque me permiten hacer todo sin sacármelos, así no los pierdo) buzo de manta polar y salgo pelitos mojados al viento (muy corto porque me vino una ola de pintura encima cuando pintaba el techo de mi casa y corté lo que el aguarrás no sacó, o sea, todo)

Hilos de agua chorrean por mi cara. Sacudo la cabeza, no como lo hacen las chicas de Giordano, sino como mi perro Mallín cuando lo sorprendían las olas del mar: con ganas. Y cargo un potecito de crema para ponerme como protección en la cara cuando el sol pegue.
Saludo al pichicho del Hostel, cierro la tranquera y parto rauda por un camino de chacras rumbo al pueblo. (Unas 6 cuadras a la plaza central)
Al cruzar el puentecito, ahí nomás, los dedos me empiezan a doler. Tecleo sobre la palanca de cambio y no le doy importancia.
Al toque, nomás, son alfilerazos en la cara, tijeretazos en la cabeza. Frío, debe ser el frío, pienso, Y sigo a puro pedal. Qué me importa el frío. Ya va a pasar, si ayer hizo un calor bárbaro, estaba con remera manga corta.

La idea es ir hasta Las Golondrinas, a 4 kilómetros del El Bolsón, donde hay una serie de establecimientos agroturísticos dignos de visitar.
.


.






Dejo de sentir los dedos, sólo lacerantes puntadas cuando intento mover alguno de ellos. La piel de la cara me empieza a tirar, con dolor. Y me duele tanto o más que la parte superior de mi cabeza. Me toco la cara. No siento la cara porque no siento el dedo con que toco la cara. Se ha vuelto de plomo hueco.
¡Mierda! Me estoy congelando.
Esto es groso.

Doy la vuelta y vuelvo al hostel absolutamente congelada con un gorro de púas puesto en la mollera.
Imposible abrir el pasador de la tranquera por la inmovilidad de los dedos. Paso por la tranquerita angosta de un costado que se abre sólo empujando. Lo hago apoyándole el hombro aún sin congelar.
Dejo a XR bajo una ventana, ella es de fiero y se la aguanta, y apurada entro al Hostel.
Miro el reloj que esta sobre la estufa hogar. Son las 8.30
En la escalera me cruzo con Carlitos, con cara de dormido. No sé que aspecto tengo pero se ríe y me dice: Te agarró la helada. Hace frío. Sí. Sólo vine a buscar más abrigo. Noto que me cuesta hablar.
Preparo unos mates. ¿Si?
Enísimo, le digo. Supongo quise decir buenísimo.

Subo la escalera con los alfilerazos clavados en la piel y me meto al dormitorio. En el baño abro la canilla del lavamanos y meto los dedos bajo el agua caliente.
Quien ha pasado por esto puede saber qué cosa intento explicar. Qué padecimientos hay que soportar. Acaso una tortura china, si los chinos torturan con las mismas agujas con que curan.
Me miro en el espejo y... ¡AY... qué horror!
Espanto agravado porque ahora entiendo la risa de Carlitos. Mis pelos cortitos, mojaditos, bien paraditos, re fashion la loca, se ven firmes como estalactitas. La cara es una máscara dura, tensa. Por eso no pude pronunciar buenísimo porque decirlo, cualquiera puede probar, se necesita desplazar la maza de mejillas, heladas en mi caso, hacia delante. Cosa imposible en este estado.
Mis labios están azules como alguna vez vi los labios de la muerte.
De veras me asusto.

Descongelarse duele más que congelarse. Lo sé.
Lo que no sé cuantas veces salté dentro del dormitorio, puse las manos debajo del agua caliente, volví a saltar, corrí a poner la cabeza debajo del chorro caliente, me froté la cara, gemí de dolor.
Bajo como si nada, con el orgullo amordazado. Carlitos organiza el tema de los cestos de basura. Así que preparo unos mates y no me alejo dos trancos de los mecheros de las cocinas, esperando que calme el enrojecimiento que dejó la revolución de grados extremistas en mi piel.

Esa fría mañana aprendí:

· Que, las gotas que caen de los distintos niveles del techo a medida que se descongela la humedad, en una cama del Hostel Refugio Patagónico se vuelven ratas gordas a la salida de los sueños.
· Que, no tengo que cometer el error de salir mojada, chorreando agua, antes de las 10 de la mañana porque es una tremenda pelotudez. Uno se congela.
· Que, si lo hago, mejor que vaya abrigada de arriba abajo incluyendo la última falange de los dedos, por las fuertes heladas. Aunque después con el calor, tenga que esconder la ropa en el bosque, como lo hago en la playa.

Y, por último y lo más importante,

· Que, tengo que “abolsonarme” como los gringos, y bajar dos cambios. Dejarme de jorobar. Vamos..., las Golondrinas en la Comarca Andina del Paralelo 42 no se van a volar si caigo tipo mediodía y sin el look refashion pelitos mojados.
.

Próximo: NOCHE HOT