12.31.2006





Portada edición en papel
Libro de colección. Sólo edito 10 ejemplares.

Para vos el libro digital:

12.30.2006

TREN PATAGÓNICO




Un viaje es la posibilidad de encontrar una pieza más en el rompecabezas de mil piezas de mi vida.
Me entusiasma emprenderlo más por adivinar el dibujo del cual soy parte que, bien podría ser, para reponer las que destruí por pretender encajarlas a la fuerza.

Entonces, porqué no una escapadita en tren, en el Tren Patagónico. De este a oeste, del mar a la montaña cruza la extensa estepa de la provincia de Río Negro. En su mayor parte las vías acompañan a la Ruta 23.
En teoría son 14 horas de viaje, en la práctica... una aventura. Aventura que he realizado en otras oportunidades y no dejo de recomendar. Nomás por el disfrute de las estaciones: Aguada Cecilio, Valcheta, Ramos Mejía, Sierra Colorada, Los Menucos, Aguada de Guerra, Maquinchao, Ingeniero Jacobacci, Clemente Onelli, Comallo, Pilcaniyeu, Bariloche.

Cuando tomo una decisión y luego comienzan a sucederse hechos que están conectados entre sí, los pienso como indicios de una ruta correcta. (De ahí a que viva de la mejor manera aquello que me toca vivir... será un largo camino tras los atajos que propone la sabiduría)

A modo de ejemplo, una mujer dominicana, de piel negra, excelente masajista estará en El Bolsón en la fecha de nuestro viaje. La Negra Mary. Vive en Estados Unidos y viene sólo dos veces por año a Argentina, a El Bolsón, precisamente. Una buena señal.
Todo un referente, asegura Cecilia, mi compañera de viaje, una bella mujer que tiene manos de ángel, y el irremediable destino de ser mi hija.

Nada mejor entonces, mientras ella adiestra sus manos con la Negra Mary durante 3 intensos días, yo me dedicaré a recorrer la zona con mi Vairo XR 3800, Negro mate.
No con un negro y el mate, que pena, entiéndase bien. Aclarado, podría decir que me voy de luna de miel con mi flamante bicicleta.

No seremos unas máquinas infernales poniendo en peligro la vida de quien se nos cruce por las rutas, pero nuestro estilo, convengamos, todavía captura algunas miradas. Vaya como ilustración un viejo pañuelo anudado al cuello, justo debajo del manubrio.
¿Y cuánto cuesta el pasaje?... me pregunta chat mediante, a fin de volcar los datos en su prolija agenda. Si no está registrado allí, no se vive. Tipeo los distintos valores. Me pide un mail detallado así puede decidir con mayor tranquilidad.

Uf... Qué hija tan organizada.

Dicen que las hijas hacemos todo lo posible para no parecernos a nuestras madres. Adoptamos estilos diferentes, inventamos personajes diferentes, durante pilas de años haciendo lo contrario desde la vereda de enfrente y finalmente llega el día, posiblemente en el apogeo de nuestra estupidez, nos miramos al espejo y para nuestra sorpresa nos damos cuenta cuánto nos parecemos. Nos descubrimos repitiendo conductas, gestos, haciendo lo que habíamos jurado no hacer jamás. Patético.

En algún momento entendí que, desde la vereda de enfrente, haciendo cosas diferentes por la satisfacción de lo opuesto nomás, jamás iba a parecerme a mi misma. Y me perdería de parecerme a ella. El cielo, entonces, se despejó.

O sea, Tesoro. Haz la tuya y saca los ojos de tu madre. No digo sácale los ojos a tu madre, aunque te vengan las genuinas ganas. Rompe el círculo tramposo. Te lo dice alguien que te quiere.

Vuelvo.
(Pero, si no aprovecho una oportunidad como esta para dejárselo escrito..., ¿cuándo?)

Mientras seguimos en chat, a 180 Km de distancia, armo un mail con las distintas propuestas. Antes de despedirnos ya había enviado el correo con la información. Porque escribo rápido. Porque soy impulsiva. Porque me bebo la vida de a tragos.
Al día siguiente me pide que reserve los pasajes en Pullman, le parece lo más conveniente. Bien.
¿Por qué ésas sonrisas sospechosas cuando hablo de nuestro viaje? ¿Eh? Hummm... Algo huele feo. ¿Qué cosa es? Pues ella había reenviado aquel mail a uno y otro. Luego, ni sé como vino a parar al libro que escribe la vieja Ané.

Agacho la cabeza y lo transcribo.






Tren Patagónico

Horarios: De SAO a Bariloche:
Lunes y viernes a las 22 hs. Llega a Bariloche a las 11 de la mañana. Con los dioses y almas celestiales a nuestro favor.

De Bariloche a SAO:
Jueves y Domingos a las 17 hs. Llega a SAO 6 de la mañana. También con la ayuda de las mismas fuerzas.


Clase Turista:

Asientos de cuerina, no reclinables. Luz encendida toda la noche. Aromas a comida elaborada en las casas y empaquetada en caliente. Bullicio propio de la clase media baja. Alguna guitarreada si pinta. Niños y bebés jodiendo permanentemente hasta que el cansancio los agota.
Válida esta clase para escritores y estúpidos soñadores que deliran y las cuentan en rondas de vinos, como experiencias alucinantes, mágicas.
No válida para gente pragmática con problemas en los riñones, olfato delicado y sueño atrasado.

$ 24,50

Clase Pullman:

Asientos reclinables, aunque las cuerinas han claudicado ante algunos resortes. Se apagan las luces. Calefacción al taco que se te mete por ahí, ya que está justo debajo de los asientos. También aroma a comida de las casas empaquetada en caliente. Clase de mayor poder adquisitivo. Niños y bebés jodiendo (sic) con la misma intensidad que en clase turista. Posibilidad de mandar un Chitsssss fuerte y prolongado porque las luces están apagadas.
Un Mozo pasa preguntando si vas a utilizar el salón comedor y te anota en qué turno vas a comer, y qué, para ir preparando el plato.

$ 43.-

Clase Camarote:

Compartimientos con litera (una cama sobre la otra) Utilizados frecuentemente por clientes de la Ruta 23, y que están hartos de la misma travesía. El paisaje y la poesía patagónica ya no les dice nada. Les urge llegar lo más rápido y descansados posible.
Ideal para posibles aventuras si no te toca tu vieja o tu hija como acompañante.
Ideal también para mantener largas conversaciones cuando alguno de los dos tiene cosas para decir y sólo le interesa escucharse a sí mismo. Le da al otro la posibilidad de ronquetear a gusto. Vale un: ¿podrías hablar más bajito? Gracias. jeje
Tiene ventanillas también, para mirar la noche. Prohibidos los vientos del bajo vientre por la falta de ventilación.

$ 90.-

Salón Comedor:

Funciona en dos turnos: 21 y 22 horas. Experiencia encantadora. Carro con fiambres. Carro con postres. Todo modesto.
Mozos simpáticos. Se les puede cebar mate a la mañana temprano.
Si no se consigue nada mejor se puede convencerlos de manoseo en camarote.  Todo muy rápido porque tienen que levantarse temprano a preparar el desayuno, mas o menos enteros.

El valor es de $ 15 por cabeza, aprox. A confirmar. No incluye vino.

Ah, olvidé preguntar por el vagón cine. Suelen dar tres películas. Una para peques, dos para grandes. Buen lugar para meterse y sopapear a los niños malcriados, los mismos que te joden (sic) desde el asiento de atrás.
Ideal para apagar el calor de la calefacción del pullman que te cocina hasta los sesos. Tiene aire acondicionado. $ 5 la entrada.

En fin. Ya tenés una idea. Vos decidís.
No dudes en contactarme para mayor información.
En caso de descarrilamiento, se aconseja mantener la calma. El personal está preparado para estos eventuales. Es más, un viaje sin inconvenientes es un viaje sospechoso. Aburrido. No conviene a los fines turísticos.

Gracias por utilizar los servicios de SEFEPA.

¡RIO NEGRO PORVENIR!

Besos”

Levanto la cabeza y me hago cargo. Lo dejé tal cual.

Sólo agregaría que, en caso de descarrilamiento -y si del vagón comedor se trata-, acostados los pasajeros sobre las mesas a fin de sujetar el repiqueteo de tazas, platos y cubiertos- un mozo, el de mayor rango, elegante de negro y moñito, con las manos detrás de la espalda, anuncia: Descarrilamosss...

Doy fe.

Espero que mi tan esperada fama nada tenga que ver con un rostro que se me parece pegado en los andenes a lo largo de la Línea Sur. Menos con un aclarado VIVA O MUERTA que tanto menosprecia.


Ya en viaje, de salida nomás, cuando el tren deja atrás la Estación, consumo el poco crédito de mi telefonito porque mi compañera comenta, por comentar algo en nuestro regocijo, que su padre, mi ex único marido, le pedía cuidara la bolsa de dormir porque LA OTRA, la había perdido YO.
Recalenté las teclas peleando por algo que había sucedido 15 años atrás.


En fin... dejarla olvidada luego de un encuentro de mujeres en un edificio de La Plata, que luego demolieron..., joder, ¡no es perderla, dicho así, en el tono que lo dijo!
¿Qué tono?
Bueno che... ya está.

Obviamente contamos con niñitos en el asiento de atrás llorando, disfrutamos el comedor con los simpáticos mozos y del exquisito bife de chorizo, para recomendar. (Confieso, que es el único lugar donde lo como) Vinito, brindis. Entusiasmo.
Cine. Película que me hizo palpar con disimulo mis costillas en busca de agujeros sangrantes. ¡Hay que soportar la tremenda carambola de una tiroteada encerrada en un vagón sin ventanillas!
Qué extraño placer ir rodando hacia la noche de la Patagonia dentro del cine de un tren.

Y qué decir del vagón comedor cuando se convierte en psicodélico boliche donde estudiantes incorporan el vaivén y traqueteo del tren a los giros del cuarteto. Ya cerca de las 4 de la mañana, el ritmo es otro. Y el vaivén se convierte en una buena excusa para explorarse en el abrazo.
Un resorte empecinado con mis riñones me llevó una madrugada blanca de nieve y luna llena a este increíble vagón. El resto corrió por mi cuenta. Y conste que me sobró disfrute para ahora recordarlo.

Pero estábamos en el cine.
Nada de manoseo escondido en camarotes con nadie, por tratarse de un viaje en parentesco de primer grado. Hay códigos que uno respeta, caramba...
Dormimos toda la noche porque no íbamos en primera clase, donde célebres escritores, ya lo dije, vuelven exquisita literatura el acto mismo, por ejemplo, de mirar a una adolescente cuando mastica un gordo y espumoso chicle rosa.
No es mi caso. Su empecinado bizqueo por volverlo inmenso globo, me insufla un suspenso imposible de soportar, hasta el estallido mismo de mi paciencia sobre su cara. Acto que repite y repite de manera obsesiva mientras yo salivo mi odio. Con la complicidad de las luces encendidas, uno se mantiene despierto toda la noche.
Ah, pero en Pullman es otra cosa... Verdad. A oscuras, se potencia el estallido.
Por la mañana tomamos el soñado desayuno en el vagón comedor, donde el paisaje patagónico comparte un lugar de nuestra mesa. Y para deleite no te roba ni una sola tostada, ni se toma tu juguito de naranjas.
Y luego, de llegada, el impresionante, majestuoso, bellísimo, Nahuel Huapi.
Por cierto, un lago exagerado.

Ilustración tapa: Lorena Bustos
Dibujó Tren Patagónico: Lalo Quinteros
Próximo capítulo: Bienvenida

12.29.2006





BIENVENIDA


A las 11 de la mañana estamos en Bariloche.

¡Y sin inconvenientes! ¡No hubo cuadrillas de obreros sosteniendo con largas varetas de hierro las vías rotas para que el tren pase despacito por la fea curva y no se tumbe hacia allá abajo, en el fondo de una pared de piedra de un cerro! Pero que bien.


Puente del Ñirihuau


Fotos Maxi Blanchet


Tren Patagónico... ¡¡¡TE QUIEROOOOOOO!!! Ni te imaginas cuánto.

Ojalá nunca te encuentren los japoneses. O reaparezcan los ingleses. Qué tendría yo para contar. A ver... Apoyé mi trasero en el asiento siIiconado y un cinturón de rayos láser se encendió en mi cintura. Respiré hondo y el cartel “No olvide sus objetos personales al descender” Indicaba que habíamos llegado. Exhalé. ¿Qué cosas interesantes suceden en una profunda inspiración dentro de un tren bala para que yo invente un libro? ¿Eh?


Foto Rómulo Morishita

Bajamos del tren y me reencuentro XR, mi negrita que, salvo la tierra que la cubre -y ojo, no cualquier tierra, sino la polvorosa tierra de la Línea Sur, podría decirse que hizo un viaje sin sobresaltos.

Para poder cargar una bicicleta en el tren se necesita una guía de despacho, obvio. Guía y trámite que hay que realizar una hora antes de la salida del tren, obvio. Pues yo desconocía todo esto, obvio. Llegamos a la estación de San Antonio cuando ya estaba el tren por salir, sin tiempo de guía ni de nada.
Que yo no viajaba sin ella. Y andá a desporfiarme.
Segundos antes que suene la campana dijeron agotados que harían, y por única vez, una excepción, bajo la exclusiva responsabilidad del encargado de la carga.
Así, XR fue cargada en el último vagón del convoy, bajo mi atenta vigilancia, a qué dudarlo, y acomodada entre dos pilas de bolsas de cebollas.
Se la recomendé al guarda. Te la encargo, le dije. Quédese tranquila. Como si fuera tu novia. Sonrisas. Eso sí, si le pones la mano encima, te reviento. Congeló sonrisa, corrió la ancha puerta del vagón y chau, loca.

Snif. Solita ahí adentro, vaya a saber uno que cosas le tocaría vivir.
De todos modos cada vez que lo crucé al guarda en el trayecto (no olvidemos que en este tren uno se desplaza: puede ir al comedor, al cine, a los vagones de primera, camarotes, baños) me ocupé con un: ¿todo bien? –mirándolo fijo–, de que el buen hombre se asegure que esa hermosura entregada en manos esté de maravillas. Caso contrario, al mejor estilo Ágata Christie, moriría asesinado durante la noche del Patagonia Express.


Bien, estamos en Bariloche. Sono arivatto.
Iremos a lo de nuestra amiga Aida, en esta ciudad. No es demasiado lejos, muy cerca del Bariloche Center, el archifamoso mamotreto de cemento y ventanas. Erigido en pleno centro, ofende. Como cualquier prepotente y absurda estupidez.
Salgo de la estación en mi bicicleta y a las pocas cuadras Cecilia me saluda sonriente desde el vidrio de atrás de un taxi.

Tomo la costanera.
Si tenía alguna fantasía poética de pedalear por la orilla del lago Nahuel Huapi, entre mariposas blancas mientras la vida me sonreía alrededor... pues no. Nada de eso.
Los autos, muchas camionetas 4 x 4 me pasan finito, a mil y por sobre todo camiones y colectivos tosen el humo de los caños de escapes en mi cara.
Mariposas negras. (Y yo aposté a que la verificación de motores estaría del lado de los que andamos a pulmón)
Encima, como la ciudad está asentada en la base de la montaña, los autos bajan en picada y, en este caso, desembocan en la costanera. O sea, me disparan de todos los frentes, pedaleo entre tanques y las banquinas están minadas.

Puedo escribir que el lugar no es el ideal para andar en una XR 3800 Negro mate, ni en ninguna otra, por el tema de las pendientes, la velocidad del tránsito y las banquinas angostas, pero como estoy leyendo El Pintor de batallas, de Pérez Reverte, cómo me gusta, me tomo una licencia. Y lo digo como lo dije.

Llego hasta la intersección que me lleva a la calle España y en maniobra rápida, doblo a mi izquierda rumbo a la punta, arriba. Así escrito parece poca cosa, pero hay que estar ahí y, en bicicleta, doblar a la izquierda.
Comienzo a trepar y de pronto una camioneta con un carro enganchado y unos tambores saltando encima del carro, se acerca a mi lado. Un degenerado me grita mal, fuerte: “¡Yo a ese culo lo conozco!” (sic)

Oh, no...
No lo puedo creer.

Recién llegada, bajando del tren, con no sé qué cantidad de miles de habitantes asentados en esta turística ciudad y vengo a dar justito con un cordobés loco. Cuando nos encontramos en Las Grutas, siempre me carga por el tamaño de mi trasero. (Porque yo se lo permito como a un jodido hermano, que no es)

Abrazos, encuentro. Tan sacado como siempre. Dice que venía por la costanera y 300 metros adelante vio mi culo en bicicleta por la banquina (sic) O sea, me vio.
Se apura porque TENÍA que saber qué hacía yo en Bariloche y resulta que ya no estoy, me pierde de vista. Entonces ahí nomás, loco, con carro y tambores encima (no olvidemos que la costanera es una avenida de doble mano) dibujó una hermosa U, con lo que ello significa, y comenzó a subir la cuesta luego de haber dejado una horda furiosa atrás.
Fue entonces, dice, que lo vio. Justo enfrente, ahí delante de él, a mi culo, trepando la cuesta. (sic)
Clarísimo. Para qué agregar más.

Digamos que este inesperado comité de bienvenida a cargo de un turco pirado como anfitrión y una banda de tachos, conmemorando la llegada de mi trasero a Bariloche, resulta más que emotivo.

Si mi viaje comienza así, me dije, el resto será para alquilar balcones. Sin lugar a dudas.




Imagen editada sobre Ilustración de Lorena Bustos

Próximo capítulo: DIOSAS

12.28.2006




DIOSAS


La casa de Aída, nuestra amiga, está dentro de un gran jardín en pleno centro de Bariloche, donde unas bellas diosas no necesitan la luz de la luna, mejor si la hay, para reunirse a conjurar el amor en cualquiera de sus formas.

Ubicada a unos metros del Centro Cívico es difícil creer que se escuche el canto de los pájaros por sobre el ruido de los automóviles de la calle. O no te importen los avatares del clima de la ciudad, por la sensación de resguardo que uno siente dentro de un microclima especial.Seguro tienen que ver un viejo Roble o un majestuoso Maitén, o la distribución estratégica de los arbustos que sostienen increíbles colores.

Rincones con tulipanes, ligustrinas, enredaderas, flores en las ventanas, en fin... todo conspira para dejar del otro lado de la pequeña verja de madera el molesto afuera. Y para que yo renueve mis votos al otoño. Dentro de la casa las cartas de su Tarot vuelan suspendidas por las habitaciones; las esencias florales de bosques y valles patagónicos juegan a las escondidas con el humo de los inciensos; profundas dolencias se rinden en brazos de antiquísimas técnicas orientales sobre una camilla, único mobiliario de un cuarto alfombrado. También unas musas protestan su aburrimiento sobre el teclado de su computadora apagada.

Una casa diferente, especial.



Nuestra amiga, de enorme sonrisa, vestida con los colores de un big bang (ni hablar de su calzado, en tonos y formas imposibles de imaginar) ahora, destapa un frasco de berenjenas en escabeche: pócima secreta para una cena informal que compartiremos las tres.

El encuentro de seres que vibran en una misma frecuencia no es asunto a resolver en bajas dimensiones, con estrategias humanas, ni apostando a conductas previsibles. Aída los convoca sin decir agua va. Las ondas entran y salen a cualquier hora por las puertas y ventanas de su casa. Mensajes y códigos que, a mi mente simple y densa le resulta imposible descifrar. A su lado termino creyendo que nada malo habrá de sucederme si permito que las hadas me rocen con sus largas colas. La clave es estar atento. Lo demás viene solo. La armonía está de tu lado cuando de estos menesteres se trata.






Visitarla, entonces, supone una experiencia rara que disfruto entre mariposas de cristal suspendidas de las ventanas y jirafas en escala venidas de no sé qué país exótico. Sus largos cuellos asoman por sobre una colección de diminutas tacitas de cerámica mejicana, o rusa, o que sé yo.
Es una experiencia imprevisible. Siempre enriquecedora, por lo que vivo, encuentro, recojo y dejo allí. Además de anillarme en su enorme y blanca cama llena de almohadas de plumas, aunque con una rojo furioso –no podría ser otro color– frazada Palette.
O sea, mi sueño llega entre suaves almohadas, mesas de luz atestadas de libros e íntimos secretos compartidos entre risitas.
¡Qué placer!

Hay que ganarse esa cama. ¿Eh?

Bien. Luego del desquite de pedalear tranquila, por la orilla del Nahuel Huapi, (entiéndase que me levanté a las 8.00 cuando los automóviles aún no corrían por las venas del Nahuelito urbano), regreso a la casa cansada pero feliz.

XR

Llega en el transcurso de la mañana otra diosa bruja amiga de Aída, encima, bonita. Coordina un taller en esta misma casa. El grupo, dice, está trabajando la relación de cada uno con el dinero. Ya que estamos de visita, nos invita a participar esa misma tarde. Dinero, Já.

Tengo una pésima relación con el dinero, le contesto.

Y arranco.

Siempre me costó ganarlo. Eternamente, y pongo mis ojos en blanco, tengo que hacer trabajos que no me gustan para obtenerlo, Cuando lo consigo, lo pierdo. Dicho así para que vea que sé de qué hablo, cuando hablo.

¿Amplío? Cobro el sueldo y sin saberlo lo llevo en mi mochila cuando salgo a caminar hacia una playa alejada. No me preguntes cómo fue a parar a mi mochila. Porque no lo sé. Pierdo la billetera con el sueldo íntegro.

¿Te das cuenta que horror? Me quedo seca.
Pero no me hago mucho problema. No le doy importancia porque en verdad estoy acostumbrada a no tenerlo. Si lo tengo bien y sino... nada. En algún lugar estaría escrito que tenía que perderla. ¿No? Y bueno.
Ya te digo, mi relación con la guita es de terror, dejo monedas en platos dentro y afuera de mi casa porque dicen que la plata trae a la plata, pregono el trueque como estrategia para no tener que lidiar con el dinero, en fin..., suspiro.
Eso sí, como ñoquis los 29. Recursos que me ayudan a convivir con este fantasma.
Río. Ella no.

¿Qué pasa?
¿Por qué nadie ríe?
La bruja bonita, me mira con cara de póquer. No asiente, no dice nada, no aporta nada, no me anima a nada. Ni sonríe por mi graciosa ocurrencia de los ñoquis los 29. Nada de nada. Sólo me escucha con interés mientras yo, supongo, como bien me dijo Zkot Penn, repito un libreto. Un aprehendido libreto.
Ella, nada. Mi amiga, la Morocha, nada. Cecilia, nada. Sospechosamente serias las tres.
Ay, qué miedo. Qué dije. Qué cosa espantosa dije.
Entonces, la diosa rubia, muy calma, pregunta, confirmando mis sospechas: ¿Vos te escuchaste? Balbuceo no sé que cosa.
Sólo tenés que repetir palabra por palabra todo lo que dijiste y escucharte. Hacélo y te vas a dar cuenta. Palabra por palabra. Escucháte, dice bajando la cabeza. La levanta otra vez: Es peligroso y horrible, remata. Generás aquello que luego vivís. Vos lo pedís, dictamina, y vos lo recibís. Es tu energía que se te viene en contra. Te espero esta tarde en el taller. ¿Sí? Sonrisa. No faltes. Besos.
Y divina, se aleja.

Toing.

Me imagino como esas gallinas que le cortan la cabeza de una cuchillada y siguen dando dramáticos pasos hasta que la vida toda se les escurre por el pescuezo.
Toing, otra vez.
Encuentros, coordenadas en distintos momentos de una vida. Destino. La vida se me escapa por un agujero.
El poder de las palabras. Lo que uno dice es la piedra fundamental, es la energía para que lo dicho comience a tomar forma. Después sólo hay que esperar.
Yo lo pedí, pues a hacerme cargo. Yo lo proclamo, pues a hacerme cargo. Yo lo digo, pues a hacerme cargo. Yo no lo digo, yo no lo pido, yo no lo tengo. A hacerme cargo. No importan los tiempos, de extraña manera siempre llega lo que uno pide.
El poder de la oración. Ergo, ha tener cuidado y mucho respeto por el Verbo.
Para una atropellada, impulsiva como yo, confirmado por la seriedad en los rostros de las dos brujitas, puede ser fatal.
Debo sacudirme la tierra de esta revolcada y repensarme nuevamente. Si esto yo lo sabía.

Porque el Verbo se hizo carne, decía y levantaba un dedo largo, profético. Peligroso. Y el eco retumbaba entre las columnas del templo. Entonces, yo de puro miedo ahogaba mi verbo con la almohada.

¿Qué me distrajo? Será que por rebuscados mecanismos internos ha de ser “beneficioso” no tener dinero. Uno no decide nada, no se ve en la obligación de hacer nada, no quiere nada. Se regodea dentro de su guarida lamiendo gozoso su propia herida.
Como un avance de movilización de un taller que no hice, es más que suficiente.
Bueno, pienso, probemos, a ver... ahí va: quiero tener mucho dinero, mucho. Precisá, me apura una de mis Anas. ¿Cuánto? Mucho. No decís cuanto. ¿Para qué? Que sé yo... Eso no vale. Para qué. Para tener tranquilidad. Sigue siendo muy amplio. Para no volverme loca cuando pienso que a veces tengo 75 pesos para vivir de aquí al resto de la eternidad. No escapes. Tampoco recurrás a tus archi conocidos guiños.
Bueno, está bien. Para dedicarme a escribir. Eso está mejor. Escribir sin tener que pensar que me quedan 75 pesos... ¡Basta!

Las botitas acordonadas fucsia helado frutos del bosque de Aída, me resetean el cerebro.
Otra vez se lo digo: las posibilidades de encontrarla en cualquier ciudad una tarde cualquiera, están 100 % a mi favor si camino mirando los zapatos de la gente.
Risas.

Nos vamos a Villa La Angostura a pasar la tarde. Luego seguiré con mis deberes.


Me quedo colgada del gris oscuro de los ojos de Cecilia.
Tengo una certeza. Necesito el dinero, lo quiero. Para disfrutar, entre otras maravillas, de su mirada una mañana de mayo en el vagón comedor de un fantástico tren, mientras tomamos el desayuno, una frente a la otra, entre las altas paredes de piedras negras y rojas de los cerros de Pilcaniyeu, un lugar de la Línea Sur de la Patagonia.
No sé cuando lo pedí, pero celebro que llegó. Pido seguir teniendo la sensibilidad que hoy me lleva a escribirlo.




Próximo capítulo: FOTOS PARADISO



12.27.2006


FOTOS PARADISO








Desde el Cerro Bayo


¿Qué decir de Villa La Angostura? Un paisaje perfecto.

Lo disfruto con la certeza que no quedaré con la extraña  sensación de lejanía de unas postales, o la modorra en que me sumergen los inevitables álbunes de fotos de los recién conocidos.
Estoy convencida que un álbum familiar cobra vida, interesa y deleita cuando lo miran los protagonistas. Para el resto significa un amoroso acto que bien pone el sentido de amistad a prueba.
Ni que hablar cuando hay un dedo que recorre foto por foto y oficia de guía y si uno, audaz, comete el atrevimiento de adelantar unas hojas, el dedo porfiado del anfitrión vuelve a la que seguía en riguroso orden. Supongo ha de sentir algo así como si cercenáramos sin piedad una parte de su vida.

Mucho peor cuando nos condenan a mirar las 380 digitalizadas en la pantalla de un monitor.


Puerto Bahía Brava



En casa de mis viejos, en nuestros extraños encuentros familiares, las fotos salían de una enorme bolsa que desparramábamos sobre una cama o sobre el piso mismo. No había una secuencia, intentarla le hubiera significado a mamá un terrible dolor de cabeza. Nada menos que tener que armar el rompecabezas de su propia vida. Encima sin la posibilidad de revertir nada. Así, cualquiera de nuestros hijos con lomos de potro se volvía de repente gordito divino con chupete y luego aparecía flaco desgarbado con un flequillo que le cruzaba la cara para ocultar su adolescencia.
O el Dandy, peinado a la gomina que tomaba sol en un grupete distinguido sobre una cubierta de un barco en San Isidro, era el abuelo con cara de abuelo de la foto de al lado, sentado junto al fuego y un nieto por rodilla.
¿Ésta sos vos? Naaaaaaa... ¿¡Jugabas al tenis!? Claro, cómo la foto de esa mina veinteañera, raqueta en mano boquita corazón, va a ser tu abuela. La misma que te abraza en esta otra. El tiempo se ensaña con uno, mi dios...
Y sí. Si jugás a mezclar el mazo de tu vida y a dar vueltas las cartas sobre un tapete de curiosos, seguro aparece el as filoso del tiempo y te liquida sin piedad.
Reglas del juego.

Soy partidaria de dejar el último álbum, el del último nieto, el del último cumpleaños, el de las últimas vacaciones, el del último amor, sobre una mesa, el tiempo que dure el entusiasmo, y que lo mire quien tenga ganas, como tenga ganas. (Mientras tanto nosotros podemos usar el dedo, por ejemplo, para dibujar corazones en la humedad de los vidrios o hacer girar el hielo en el vaso de whisky)
Cabe aclarar que encontré una diosa que ordenó hace años mis fotos y otra que las clasificó para ser entregada a cada pichón en su vuelo, porque fuertes vendavales hacían peligrar el nido. Y yo no andaba con las fuerzas para construir otro.
Es mi tercera visita a esta Villa. Nunca deja de maravillarme, cualquiera sea la época del año.
La conocí hace muchos otoños, en viaje sobre un fabuloso Citroen Ami 8. Prestado. Luego volví en una poderosa 4 x 4 japonesa, a Villa Manzano, por supuesto, con la nieve cayendo por un ventanal a ocho trancos de mi cama y a dos del lago y filmé todo y subí al Refugio del Centro de esquí del Cerro Bayo y tomé chocolate sentada al sol con anteojos espejados y todo eso. Porque era rica.


 Y sigo haciéndolo, esta vez con Cecilia, por el centro de la Villa.
Nos sentamos en un banco de un paseo entre coquetones locales comerciales de montaña, a tomar sol. Y a escuchar a Rosana que suena a mil porque el pastelero de la Panadería de enfrente convida Lunas Rotas a todos los que estamos rendidos al sol sobre unos bancos.
Vaya uno a saber que fibras le tocó esta enigmática mujer de ojos increíbles sentada a mi lado cuando le pidió un poquito más de volumen.

No voy a mencionar pormenores de los primeros feítos 45 minutos que estuve jineteando una descompostura fenomenal que me bajó en reiteradas oportunidades del lomo del inodoro, cuando cojudos retorcijones me hacían subirlo otra vez. Para qué. A quién le importa.
Salí blanca y desarticulada.
En la puerta me esperaba Cecilia sin poder creerlo. Había llegado a conocer el mentado Paraíso de Villa La Angostura y no dejaba de preguntarse que hacía, desde que bajó del ómnibus, parada en la puerta del baño de una terminal sin entender por qué yo cada 10 minutos salía de un baño y me metía en otro.
En fin... Insisto, a quién le importa.



Y ahora acabo de llegar dentro de un colectivito que me cobra $ 8 el pasaje desde Bariloche para estar sólo unas horas porque con una bici a cuestas y una pequeña mochila seguiremos hasta El Bolsón. No viene al caso ponerme a analizar, justo ahora, si he evolucionado o involucionado. En verdad, a este Paraíso los disfruté en todas mis instancias.



 Para aprovechar el tiempo restante, decidimos revelar un rollo de fotos. Dije que no me gustan las fotos, ¿no? A uno le roban el alma, aseguraban los antiguos. ¡Qué tortura! Tanto cuando me avisan que me quede quieta, cosa que me resulta ya harto difícil y entonces viene el: no pongás ésa cara, porque jamás doy con la cara apropiada. O no me avisan y es peor, porque, qué querés... cada uno sale como es. Como sea, la imagen que tengo de mi misma no se parece en nada a la mina desalmada y espantosa, que revela la foto. Traumático.


Haré contactos, decide Ceci. Pequeñas fotos, muestras que, si te gustan se hacen en tamaño normal o en tamaño exagerado si alguna foto te pega fuerte. Ella entiende la trastienda de este asunto. Total por $ 4, dice, tenemos un paneo del asunto. Perfecto. Mejor chiquitas. No creo que ninguna mía le pegue fuerte a nadie como para exagerarla.
Dejamos en una casa de fotografías el rollo y nos metemos en una confitería a tomar chocolate, comer chocolate, oler chocolate, y a convencernos que, por una vez que lo probemos en todos sus estados, no nos va a matar. Yo, después de lo pasado por tres inodoros diferentes, (porque había que salir como si nada y entrar en el de al lado como si nada) me animaba hasta digerirlo en pelo.
Bien, ansiosas por las fotos, a qué negarlo, las retiramos y nos vamos a la terminal.


Hay testigos, sí señor, calculo las tres cuartas partes del pasaje que regresa con nosotros. Nadie puede subir porque el colectivo aún está cerrado. Entonces... ¿qué hace la gente cuando espera parada junto a un colectivo? Nada. Mira. Nos mira. Nos reímos tanto que da calambre, literalmente. Escondiéndonos una detrás de la otra para ocultar el desborde. Tentadas por las benditas fotos. Y aún no lo sé si eran fallas que tenían que ver con los contactos o uno es así y ni sabe, porque nadie se atreve a decírselo.

Una en especial pasaba de mis manos a la de ella y como papa caliente volvía a las mías y así dale que va. Podría ser una foto cualquiera.
Nada en especial.
En un andén junto al Tren Patagónico en la estación de San Antonio Oeste, cuando salíamos de viaje. Congelando el maravilloso momento de la partida. De rutina. ¿Tiene algo que ver quién la saca? ¿Qué energías se ponen al enfocar? No lo sé. Tal vez sea eso. Una al lado de la otra. Muy juntitas. Felices por el viaje a emprender.

De arriba hacia abajo se podría decir que, de caras bien. Sonrisas de juguetería. Pero de ahí en más yo no sé que pasó porque una palma por debajo de los hombros las dos comenzamos a ensancharnos y no cesa el efecto hasta dos dedos por encima de las rodillas. Las piernas se nos han acortado con prendas y todo. Nos tira la entrepierna, entonces los tobillos de ambas y los pies muy juntitos, destacan en el caso de Cecilia, zapatillas plateadas, y en el mío viejos borcegos que completan por debajo el aspecto general de vasijas. Dos vasijas prontas a ser cargadas en el convoy.

Qué terrible. ¿La foto? No. No dejar de reírnos hasta la mitad del camino de regreso a Bariloche. Posiblemente algún bisnieto la encuentre entre las hojas de un aburrido libro (por esto de esconderlas muy bien porque romperlas trae horribles desgracias) o entre los escombros de la gráfica de mi vida salida de alguna bolsa. Tendrá exquisita diversión a muy bajo costo.

 Cuando logramos controlarnos y sin mirarla, corro el riesgo de comenzar otra vez, le digo: Gorda... somos re inteligentes las dos... qué re bueno. ¿Viste?
¿Por?... me pregunta con ojos llorosos.
Porque dicen que las personas re inteligentes, así como nosotras, tienen sentido del humor. Se ríen de sí mismas. Me pone re contenta que podamos lograrlo. Me re tranquiliza.
Má... córtala querés...
No puedo. Esto es muy fuerte para mí. Ché... en serio, fuera de joda... los líquidos de revelados en La Angostura... ¿acortan los pantalones?





Próximo Capítulo: For Export

12.26.2006


FOR EXPORT

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La feria de artesanos del El Bolsón es una de las más importantes del Sur, por el turismo que convoca, por la originalidad y diversidad de los productos que ofrece y por la cantidad de puestos que congrega la extensa Plaza Pagano los días martes, jueves y sábados durante todo el año.

Plaza Pagano - El Bolsón



–Pero que requetebueno, volver a recorrer la feria después de tantos años, a disfrutar la vista del Piltri –digo a mis dos compañeros de viaje poco antes de llegar.
–Decís Piltri porque no te sale Piltriquitrón –me pelea mi amigo. Un artesano, a su manera, de Bariloche que se ofreció a traernos.
–¿Por qué no? Sí. Me sale.
–A ver... decílo... –y sonríe el muy maldito.
–Piltiquicrón. Pilquiquitrón. Piltritritón. La lengua se me queda empantanada detrás de los dientes. Cómo goza el desgraciado.
–A ver, Mamita, yo te enseño.. . Sepáralo en dos: Piltri por un lado y Quitrón, Quitrón, Quitrón, por el otro. Ahora repetí Piltri Quitrón. Piltri Quitrón. Piltri Quitrón. Luego, unís. Piltriquitrón. Piltriquitrón. Así de fácil.
Ensayo en voz baja, mirando para otro lado. Luego lo digo: Piltriquitrón. Me sale re bonito. ¡Piltriquitrón! Gracias Papito.

Valle de El Bolsón desde Cabeza del Indio
Foto: Patagonia.com.ar


–¿Hace mucho que no vienen a la Feria?
Le comento que Cecilia no la conoce y yo por lo menos 10 años. –Por qué che... –digo mirando el otoño en las montañas.
–Porque la Feria tiene ahora, algo que no me banco.
–¿Qué cosa?
–Como explicarte... no me banco el look de algunos que veo en los puestos.
–¿Qué look?
–A ver... cómo decirte... a dejadez, a roña. Eso. Look a roña.
–Si serás tarado... –lo miro feo. –¿Porqué decís eso?
–Porque utilizan su aspecto personal como un emblema para hacerles creer a otros que así están fuera del sistema.
–¿Y qué con eso?
–Si estás fuera del sistema, lo estás y punto. pero la caretean. Hace 25 años que vengo a la feria, trabajo con la gente de El Bolsón. Conozco sus casas, sus familias. Sus apellidos. Sus historias Sé de qué hablo. Créeme.

Y sigue:
–Hippies eran los que llegaron con su rebeldía como equipaje y una filosofía privada como emblema. Venían buscando un estilo de vida diferente. Vestían y hacían diferente, porque pensaban diferente. Los locos eran coherentes y no indispensablemente sucios. Se ganaban el mango vendiendo lo que producían. Se fumaban, o no, lo que también producían. Y tómalo como quieras. Quedan hippies todavía. Yo los conozco y a esos los respeto. Pero no me pidas que se la crea a muchos que veo ahora. Te inventan el personaje. Los ves con los pibes tan roñosos como ellos. Y eso es lo que no entiendo.
–Bueno, che pero tienen derecho a rebelarse como quieran, tal vez vengan escapando, también, de un sistema que no les va –agrego.
–¿Por qué asocian la imagen de artesano, artesano de la feria, a la dejadez, al qué me importa for export? ¿Eh? Decíme... ¿Por qué?
–Y porqué no... –pero me interrumpe.
–¿Y sabés que es lo peor?
–¿Qué? –suspiré
–En verdad reciben guita de los viejos. Los bancan los viejos. Lo que ganan en los puestos no les alcanza porque, obviamente, no es su estilo de vida. La juegan de artesanos.
–A lo mejor los viejos ayudan para que encuentren su ruta ¿No?
–Puede ser. Como sea es un asunto que no me cierra –terminó.

No comento nada. Debe saber de qué habla. Y porqué lo dice. Me quedo pensando en un comentario que escuché cuando nos despedían en la estación del tren. ¿Tu madre?... –o sea, yo-, ella lo va a pasar bomba, es el estilo de vida que le gusta. Y lo dijo convencido.

Me pregunto... ¿Qué diablos quiso decir? Me pensará como una vieja hippie. ¿O tendré un logrado aspecto a dejadez, a roña for export?




12.25.2006



HOSTEL DULCE HOSTEL


Hace años comencé a oír hablar de los Hostels.
Los implementaron en Europa especialmente para aquellos jóvenes que, por fin, se animaban a salir con mochilas más livianas en busca de sus propias historias.
Un Hostel es un lugar que te ofrece una cama, con ropa de cama, baño con agua caliente, lockers para guardar tus pertenencias y espacios comunes para estar, desayunar, almorzar, cenar o lavar tu ropa.
El dormitorio es compartido. O sea, lo tomás sin saber quien asomará su vida cuando vos te encuentres en brazos de Morfeo. O de quién sea.
Personal del hostel se encarga de la limpieza del lugar. Corre por cuenta de quien se aloja el arreglo de su propia cama. Se comparte, generalmente la limpieza de la cocina. Para que te sientas como en casa. Si no trajiste a tu vieja, tenés que lavar vos lo que uses. Podría ser un buen cartel.
El precio por noche sin lugar a dudas es conveniente.

No se trata, acordemos, de aquella película donde éramos peludos y ampollados personajes aparecidos de la nada en lugares inhóspitos, con la espalda partida por el peso de las mochilas y carpas.Y ollas y jarros golpeteándonos el trasero. No, no. Esta es una nueva película. Diferente. Tiene una productora fuerte. Te evita en lo posible, los feítos calambres de la aventura. Es más, hasta te aconseja todo livianito. Y como si fuera poco, te lo vende. Maravilloso.





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Parque del Hostel Refugio Patagónico en diferentes horas.




Hay cadenas de Hostels en los lugares más visitados del mundo. Uno puede asociarse y pagar una tarifa durante todo el año. Eso te permite confirmar reservas en temporadas altas, descuentos en excursiones, beneficios, etc. O alojarte a medida que decidís el itinerario, siempre que haya disponibilidad, como es mi caso, que llego a un Hostel de El Bolsón, porque un amigo, en una esquina de Bariloche me tira el dato. 

Y me quedo porque está ubicado en un pedio de 5 hectáreas cubierto por las enormes hojas marrones de unos nogales. Y porque sobre ese piso húmedo, blando, esponjoso de otoño hay dos caballos alazanes pastando. Y porque, también, para ingresar hay que abrir una tranquera. (Vaya uno a saber a donde llegan las raíces de estas razones) Como sea, es mucho más de lo que esperaba. 



Cruzo la tranquera y voy hacia un hombre con cara de insecto que está junto a la construcción bajo una lluvia de chispas: Carlitos, un simpático instructor de esquí de Bariloche. Soldador por oficio, me da la bienvenida. Está abocado al armado de los cerramientos de los lockers de los dormitorios y como los encargados se han ido una semana a la montaña de vacaciones, está a cargo. Total... todo está tranquilo. No anda nadie, le dijo el dueño, otro instructor de sky.

Pasá y acomodáte. Todo bien. Elegí el cuarto que quieras. Estás casi sola, me dice. Vengo con la bici. No hay drama. Arriba tenés un lugar donde dejarla.De veras Carlitos tiene una sonrisa que uno se siente cómoda al toque. Se coloca los ojos de insecto y sigue en lo suyo. 

Acompaño a Cecilia a la casa Isis, lugar de su alojamiento, y despedimos a nuestro amigo agradecidas por habernos traído. Bay Bay ¡Gracias, Ale!







Hostel Refugio Patagónico


El Hostel funciona también como camping en verano (ubican a ¡500 personas!) Dice Carlitos que estaré sola. Buenísimo. Andar a contramano de las multitudes no es una casualidad en mi vida, podría leerse como un discreto empeño. 












La vivienda tiene una amplia planta baja donde está la sala de estar, con una estufa hogar enmarcada en troncos, estilo que predomina en los muebles del lugar. Un sillón de madera con almohadones, en gran medialuna frente a la chimenea, invita a una charla, a la lectura, a beber una copa, a dormitar junto al fuego. A mimarse. Acepto, mientras espío una pequeña biblioteca con libros. Encuentro relatos de viajes en varios idiomas de aventureros camino al sur del Sur. Mapas, guías de viajes, hasta un ¡Lolita! Donaciones u olvidos. De todos modos ¿qué más puedo pedir?




La fotografía es anterior a mi visita. No muestra el sillón en medialuna que disfruté.



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En un desnivel superior está la cocina equipada con la vajilla necesaria, separada del resto del ambiente por una barra- desayunador, con banquetas. Fantaseo con el tamaño de las dos cocinas: en esos hornos puedo hacer pancitos para toda la comunidad de El Bolsón.
¿Qué cocinan ahí? Ni siquiera sé pensarlo. También, en el ambiente hay una mesa con una computadora para prenderte a la teta de Internet. Absolutamente todo rodeado de ventanales fijos, con vista al cerro Piltriquitrón, a las chacras linderas, a los sauces que crecen a la orilla de un arroyito.
Rústicas mesas con asientos de troncos se encuentran bajo los nogales.Las bandurrias, teros y por supuesto los dos caballos que me sedujeron de entrada completan el paisaje.


Un fantástico lugar.




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Subo, recorro los dormitorios con 6 camas, en 3 cuchetas, muy amplios y me instalo en un primer piso con vista al frente.
El ventanal del dormitorio que ocupa casi toda la pared del dormitorio engaña al controvertido límite del afuera y del adentro. Perfecto. De ahí a sentirme en el medio del predio, entre las bandurrias, teros y los dos caballos del fantástico lugar, nada.
Aunque, hay que decirlo, de noche el mismo vidrio de 10 pulgadas me dejará a solas conmigo misma. Y eso no es, nada.








Próximo capítulo: HI GRINGOS

12.24.2006


HI GRINGOS





Las noches en un Hostel, al menos en éste, sí que son especiales. Alguien enciende el fuego y comienzan a aparecer los que están alojados, los que llegan de alguna aventura, o los que recién ingresan al refugio con sus mochilas a cuestas.

Gringos. Por llamar de algún modo a tantos extranjeros seducidos por Patagounia, como la llaman. Arriban a Lima, Perú buscando Machu Pichu, siguen hacia Bolivia, cruzan a Chile y desde la Puna de Atacama bajan al sur del Sur. Punta Arenas y Ushuaia. Suben, ahora por Calafate, El Chaltén y aún fascinados por los glaciares llegan hasta Bariloche, base de despegue a los maravillosos lagos aledaños. Finalmente los espera un vuelo en Buenos Aires que los lleva de regreso al país de origen. Me refiero a los mochileros que tuve oportunidad de cruzarme en un corto tiempo y en un sector de la Patagonia.

El Sur propone también otras exquisitas alternativas para otros exquisitos visitantes. Tantas como se les ocurran a las agencias de viajes y turismo de todo el mundo. El asunto es no permitir que se seque el rico caudal de dólares aventureros que riega estas extensas tierras. Y las vuelve apetecibles.

Bella, salvaje, seductora como pocas, por siglos insinuó sus formas tras un velo de misterio. Volvió loco a más de uno. Un brutal miembro de acero la hizo suya y sangró entonces su sangre india. Ahora, la cortejan poderosos empresarios. No se detienen hasta poseer sus más íntimos rincones, cueste lo que cueste, a cualquier precio. Patagounia, temo, se volverá presumida, inaccesible. Como una cara y custodiada mujer privada.

Extranjeros. Saludan con un Hi! Respondo con otro Hi! ¿Me parece o se ha vuelto el saludo patagónico?

Hi: Exclamación.Familiarmente Hola en inglés. / HAI / (La H se pronuncia como una jota suave)

Where’re you from? -¿De dónde sos?- es todo lo que me permiten en inglés. Nou, nou, en español por favor, se quejan. Ellos están absolutamente empeñados en aprender nuestro idioma y no dejarán de practicarlo. Que yo viaje a donde tenga que ir y mezclarme con quien sea si quiero hablar su lengua. Of course. Sin embargo, dos jovencísimas alemanas que no hablaban una sola palabra de español, ni siquiera de inglés, con un diccionario de bolsillo iban hacia el fin del mundo de lo más bien.

Comparto mi estadía con una parejita de Londres y dos amigos que se conocieron en Chile y vienen del Chaltén. Uno es de Porto Alegre y el otro de Caracas. Y, además, con un ser de extraño aspecto. Ni siquiera pude sospechar el origen de sus rastas. Pasó a mi lado y se preparó 12 sandwiches de gruesas rodajas de cebollas, (seguro para mitigar el mal recuerdo de algún sorocho de la Puna) Los embolsó, los guardó en una de las heladeras y sin emitir vocablo alguno se fue a dormir. A la mañana siguiente muy temprano partía a la montaña, comentó Anny, la de Londres.
Durante la mañana se había marchado una japonesa que, dicen, cantó la noche anterior de maravillas. Días después llegaron 3 chicas canadienses, estuvieron una noche y luego se trasladaron a una chacra vecina. Pagarían su alojamiento en un granero con trabajos en la chacra. Ninguno de ellos superaba los 30 años.

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Generalmente son jóvenes sin apuro que, luego de recibirse, se toman un año de gracia para conocer Latinoamérica. Salen de viaje con mucho tiempo por delante, entonces se permiten largas estadías en cada uno de los lugares que eligen.

Se instalan por horas frente al fuego a leer ediciones de bolsillo. Otros tocan la guitarra, la armónica, cantan o actualizan entre conversaciones su bitácora de viaje. Utilizan las horas que sean necesarias para programar las subidas a los cerros cercanos: Cerro Lindo (2.135 mts), Piltriquitrón (2.260 mts) Hielo Azul (2.270 mts) o Perito Moreno (2.216 mts,), Roca del Tiempo (1.960 mts), Morrudo (2.277 mts) etc. Algunos de estos cerros tienen refugios para los visitantes y otros hay que ir preparados para acampar.

En verdad, me siento una avispa chaqueta amarilla metida entre ellos. Entro y salgo a las corridas porque tengo mucho por vivir en apenas ¡3 días! Llama la atención que una mujer grande como yo -¡si son todas unas criaturas!- despliegue semejante vitalidad sin caer reventada al abrir la puerta. Se podría pensar que es por una cuestión de tiempos. O porque soy así, loca.

Me comunico con Anny, la de Londres en mi inglés que no es de Londres, precisamente. Dice que me entiende bien, no habla español. Espero los 15 minutos de mi arroz mientras ella prepara sus lasañas rellenas.Muero por preguntarle, si en verdad es necesario que dedique dos horas y medias en cortar berenjenas, pimientos, zapallitos, cebolla, zanahorias, ajos, repollo, tomates, batatas, en iguales, exactos, cuadraditos.Salí a comparar el arroz a un almacén natural cuando ella comenzaba a pelar las berenjenas, pasé por el supermercado La Anónima, luego fui a la Dirección de Turismo por información, recorrí todas las casas de equipamiento buscando una mochila que no esté rota como la mía, leí.


Converso con Carlitos, me sirvo una copa de vino, sigo leyendo, respondo mails y la miro. Ella sigue picando y apartando. Es cuestión de vida o muerte. Tengo que saber porqué lo hace. Mejor, cuelo mi arroz, le agrego jengibre rallado, unas pasas, nueces que saco de un cajón a la vista de todos (de los nogales del hostel) y me siento a comer mientras disfruto las canciones de Marcelo (Porto Alegre) y Humberto (Caracas) que ensayan junto al fuego. Me despido de Anny y su compañero de vida, que ahora le ayuda a rallar un pedazo enorme de queso y subo a acostarme.


El cielo oscuro, estrellado en que se convirtió mi dormitorio, me colma. Extiendo mi bolsa de dormir y miro las sombras del Piltri, parecieran al alcance de mi mano. Arriba hay un refugio. Wuau... Qué magia. Aún quedan muchos cuartos vacíos. Por ahora, mejor así, pegadita a XR. Me duermo feliz, pedaleando en cámara lenta por un cielo profundo de estrellas. Si la felicidad es pedalear en cámara lenta por un cielo profundo de estrellas. ¿Se entiende no? De todos modos como resuelve cada uno su goce no es asunto para entender, menos para discutir.

Pregunto y sin ánimo de discutir... ¿Una noche pegada a XR es lo mejor que me vas a ofrecer en este libro? Admito que pedalear en... ¿cámara lenta? mi dios..., por un cielo profundo, oscuro, anque estrellado, es un lindo bocho onírico. Pero de ninguna manera a mí me colma. Necesito piel. Simple piel.


Cómo lo siento Annette, pero yo tengo la pluma. Mi vieja pluma de escribir lo que vivo.






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Foto: Nelson

Próximo capítulo: FLORES BLANCAS

12.23.2006



FLORES BLANCAS

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Sábado de baja temporada en El Bolsón.

Los días comienzan con fuertes heladas y luego, entre las 10 y las 11 de la mañana el sol comienza a disipar la niebla y se siente el calor. Pero todavía no son las 10, ergo hace frío. Las estructuras de hierro donde se instalarán los artesanos de la Feria comienzan a crecer alrededor de la plaza. Los arman y desarman cada vez ya que sólo trabajan 3 días a la semana.




Me acerco a un grupo de personas que congrega uno de los puestos. Una pareja baja de una camioneta cajones con verduras frescas: remolachas, lechugas, chauchas. piñones, coliflores y más.

Hay códigos. Sí señor. Se respeta el turno sin necesidad de hacer cola. Sólo se pregunta al llegar “Quién es el último”, lo registrás y ya sabés que, luego de él, seguís vos. Así de simple. Y eso me permite charlar con todos, tocar la verdura, sentir su aroma, recorrer los puestos de al lado o mirar el cerro a cuyo pie se levantó el pueblo de El Bolsón, el Piltriquitrón (2.260 mts), (en Mapuche, Colgado de las Nubes). El Piltri, para quien ya lo ha subido. En fin... cosas más interesantes que tener que mirar, en el tiempo de una fila, el trasero chato del tipo de adelante.


Al fondo Cerro Piltriquitrón


Ha no olvidar la bolsa de compras, mochila o lo que sea porque nadie te entrega bolsitas de nylon. Nadie. Ni siquiera La Anónima, el mayor supermercado de El Bolsón.Vi, en La Anónima precisamente, como un muchacho fue a un locker del supermercado y volvió con tres mochilas mientras su compañera lo esperaba en la caja. Terminaron cada uno con una mochila en la espalda y el hijito, en su carro de bebé se hizo cargo de la restante. No se los veía molestos. No es asunto de los negocios el de acarrear las compras de sus clientes. Es del cliente. A ver si está claro. Por esto no ves nylon tirado en toda la región.

Entonces... ahora en la Feria de Artesanos de la Plaza Pagano, abro mi mochila y la lleno con plantas de lechuga, zanahorias y rabanitos para la ensalada del mediodía. Papas batatas y cebollas para asar al rescoldo de unas brasas en el fogón del Hostel, por la noche. Disfruto de la verdura fresca, disfruto de ser yo quien elija qué colas quiero mirar, y comparto la medida implementada para preservar la belleza de aquello que la naturaleza nos regala.



En mi pueblo, como en tantos otros, por no tener las agallas suficientes y tomar las medidas que hay que tomar, cultivamos horribles flores de nylon a lo largo de toda la costa. Y vamos por más tierras para más almácigos de PVC.
Ni hablar de los kilos de pétalos que ofrendamos al mar.
Qué capos que somos.
Me viene la fantasía recurrente de una sociedad distinta.
¿Por qué nos repelen los basurales? Recorrerlos, puede llegar a ser una experiencia determinante. Miden mejor que costosas estadísticas los niveles de pobreza, la calidad humana de la población que los incrementa, la falta de educación. La negligencia política.


En casa tengo un cajón con lombrices californianas para todos mis deshechos orgánicos. Las lombrices lo convierten en simple trámite y sin aroma desagradable, en potente abono para la tierra de las plantas.
En algunos países ya vienen las mesadas de las cocinas con un cajón habilitado para tal fin.
Y como desafío personal, trato de no consumir alimentos que vengan en envases de plástico. O sea, como más frutas y verduras, uso menos mi heladera y los recolectores de basura tienen poco trabajo conmigo.

Tal vez el padre de mi hija tenga razón, y no sea por hippie o roñosa que aquí lo pasaré bomba, sino porque comparto con determinadas comunidades un estilo de vida diferente.

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Próximo capítulo: JORGE DE ORO