12.28.2006




DIOSAS


La casa de Aída, nuestra amiga, está dentro de un gran jardín en pleno centro de Bariloche, donde unas bellas diosas no necesitan la luz de la luna, mejor si la hay, para reunirse a conjurar el amor en cualquiera de sus formas.

Ubicada a unos metros del Centro Cívico es difícil creer que se escuche el canto de los pájaros por sobre el ruido de los automóviles de la calle. O no te importen los avatares del clima de la ciudad, por la sensación de resguardo que uno siente dentro de un microclima especial.Seguro tienen que ver un viejo Roble o un majestuoso Maitén, o la distribución estratégica de los arbustos que sostienen increíbles colores.

Rincones con tulipanes, ligustrinas, enredaderas, flores en las ventanas, en fin... todo conspira para dejar del otro lado de la pequeña verja de madera el molesto afuera. Y para que yo renueve mis votos al otoño. Dentro de la casa las cartas de su Tarot vuelan suspendidas por las habitaciones; las esencias florales de bosques y valles patagónicos juegan a las escondidas con el humo de los inciensos; profundas dolencias se rinden en brazos de antiquísimas técnicas orientales sobre una camilla, único mobiliario de un cuarto alfombrado. También unas musas protestan su aburrimiento sobre el teclado de su computadora apagada.

Una casa diferente, especial.



Nuestra amiga, de enorme sonrisa, vestida con los colores de un big bang (ni hablar de su calzado, en tonos y formas imposibles de imaginar) ahora, destapa un frasco de berenjenas en escabeche: pócima secreta para una cena informal que compartiremos las tres.

El encuentro de seres que vibran en una misma frecuencia no es asunto a resolver en bajas dimensiones, con estrategias humanas, ni apostando a conductas previsibles. Aída los convoca sin decir agua va. Las ondas entran y salen a cualquier hora por las puertas y ventanas de su casa. Mensajes y códigos que, a mi mente simple y densa le resulta imposible descifrar. A su lado termino creyendo que nada malo habrá de sucederme si permito que las hadas me rocen con sus largas colas. La clave es estar atento. Lo demás viene solo. La armonía está de tu lado cuando de estos menesteres se trata.






Visitarla, entonces, supone una experiencia rara que disfruto entre mariposas de cristal suspendidas de las ventanas y jirafas en escala venidas de no sé qué país exótico. Sus largos cuellos asoman por sobre una colección de diminutas tacitas de cerámica mejicana, o rusa, o que sé yo.
Es una experiencia imprevisible. Siempre enriquecedora, por lo que vivo, encuentro, recojo y dejo allí. Además de anillarme en su enorme y blanca cama llena de almohadas de plumas, aunque con una rojo furioso –no podría ser otro color– frazada Palette.
O sea, mi sueño llega entre suaves almohadas, mesas de luz atestadas de libros e íntimos secretos compartidos entre risitas.
¡Qué placer!

Hay que ganarse esa cama. ¿Eh?

Bien. Luego del desquite de pedalear tranquila, por la orilla del Nahuel Huapi, (entiéndase que me levanté a las 8.00 cuando los automóviles aún no corrían por las venas del Nahuelito urbano), regreso a la casa cansada pero feliz.

XR

Llega en el transcurso de la mañana otra diosa bruja amiga de Aída, encima, bonita. Coordina un taller en esta misma casa. El grupo, dice, está trabajando la relación de cada uno con el dinero. Ya que estamos de visita, nos invita a participar esa misma tarde. Dinero, Já.

Tengo una pésima relación con el dinero, le contesto.

Y arranco.

Siempre me costó ganarlo. Eternamente, y pongo mis ojos en blanco, tengo que hacer trabajos que no me gustan para obtenerlo, Cuando lo consigo, lo pierdo. Dicho así para que vea que sé de qué hablo, cuando hablo.

¿Amplío? Cobro el sueldo y sin saberlo lo llevo en mi mochila cuando salgo a caminar hacia una playa alejada. No me preguntes cómo fue a parar a mi mochila. Porque no lo sé. Pierdo la billetera con el sueldo íntegro.

¿Te das cuenta que horror? Me quedo seca.
Pero no me hago mucho problema. No le doy importancia porque en verdad estoy acostumbrada a no tenerlo. Si lo tengo bien y sino... nada. En algún lugar estaría escrito que tenía que perderla. ¿No? Y bueno.
Ya te digo, mi relación con la guita es de terror, dejo monedas en platos dentro y afuera de mi casa porque dicen que la plata trae a la plata, pregono el trueque como estrategia para no tener que lidiar con el dinero, en fin..., suspiro.
Eso sí, como ñoquis los 29. Recursos que me ayudan a convivir con este fantasma.
Río. Ella no.

¿Qué pasa?
¿Por qué nadie ríe?
La bruja bonita, me mira con cara de póquer. No asiente, no dice nada, no aporta nada, no me anima a nada. Ni sonríe por mi graciosa ocurrencia de los ñoquis los 29. Nada de nada. Sólo me escucha con interés mientras yo, supongo, como bien me dijo Zkot Penn, repito un libreto. Un aprehendido libreto.
Ella, nada. Mi amiga, la Morocha, nada. Cecilia, nada. Sospechosamente serias las tres.
Ay, qué miedo. Qué dije. Qué cosa espantosa dije.
Entonces, la diosa rubia, muy calma, pregunta, confirmando mis sospechas: ¿Vos te escuchaste? Balbuceo no sé que cosa.
Sólo tenés que repetir palabra por palabra todo lo que dijiste y escucharte. Hacélo y te vas a dar cuenta. Palabra por palabra. Escucháte, dice bajando la cabeza. La levanta otra vez: Es peligroso y horrible, remata. Generás aquello que luego vivís. Vos lo pedís, dictamina, y vos lo recibís. Es tu energía que se te viene en contra. Te espero esta tarde en el taller. ¿Sí? Sonrisa. No faltes. Besos.
Y divina, se aleja.

Toing.

Me imagino como esas gallinas que le cortan la cabeza de una cuchillada y siguen dando dramáticos pasos hasta que la vida toda se les escurre por el pescuezo.
Toing, otra vez.
Encuentros, coordenadas en distintos momentos de una vida. Destino. La vida se me escapa por un agujero.
El poder de las palabras. Lo que uno dice es la piedra fundamental, es la energía para que lo dicho comience a tomar forma. Después sólo hay que esperar.
Yo lo pedí, pues a hacerme cargo. Yo lo proclamo, pues a hacerme cargo. Yo lo digo, pues a hacerme cargo. Yo no lo digo, yo no lo pido, yo no lo tengo. A hacerme cargo. No importan los tiempos, de extraña manera siempre llega lo que uno pide.
El poder de la oración. Ergo, ha tener cuidado y mucho respeto por el Verbo.
Para una atropellada, impulsiva como yo, confirmado por la seriedad en los rostros de las dos brujitas, puede ser fatal.
Debo sacudirme la tierra de esta revolcada y repensarme nuevamente. Si esto yo lo sabía.

Porque el Verbo se hizo carne, decía y levantaba un dedo largo, profético. Peligroso. Y el eco retumbaba entre las columnas del templo. Entonces, yo de puro miedo ahogaba mi verbo con la almohada.

¿Qué me distrajo? Será que por rebuscados mecanismos internos ha de ser “beneficioso” no tener dinero. Uno no decide nada, no se ve en la obligación de hacer nada, no quiere nada. Se regodea dentro de su guarida lamiendo gozoso su propia herida.
Como un avance de movilización de un taller que no hice, es más que suficiente.
Bueno, pienso, probemos, a ver... ahí va: quiero tener mucho dinero, mucho. Precisá, me apura una de mis Anas. ¿Cuánto? Mucho. No decís cuanto. ¿Para qué? Que sé yo... Eso no vale. Para qué. Para tener tranquilidad. Sigue siendo muy amplio. Para no volverme loca cuando pienso que a veces tengo 75 pesos para vivir de aquí al resto de la eternidad. No escapes. Tampoco recurrás a tus archi conocidos guiños.
Bueno, está bien. Para dedicarme a escribir. Eso está mejor. Escribir sin tener que pensar que me quedan 75 pesos... ¡Basta!

Las botitas acordonadas fucsia helado frutos del bosque de Aída, me resetean el cerebro.
Otra vez se lo digo: las posibilidades de encontrarla en cualquier ciudad una tarde cualquiera, están 100 % a mi favor si camino mirando los zapatos de la gente.
Risas.

Nos vamos a Villa La Angostura a pasar la tarde. Luego seguiré con mis deberes.


Me quedo colgada del gris oscuro de los ojos de Cecilia.
Tengo una certeza. Necesito el dinero, lo quiero. Para disfrutar, entre otras maravillas, de su mirada una mañana de mayo en el vagón comedor de un fantástico tren, mientras tomamos el desayuno, una frente a la otra, entre las altas paredes de piedras negras y rojas de los cerros de Pilcaniyeu, un lugar de la Línea Sur de la Patagonia.
No sé cuando lo pedí, pero celebro que llegó. Pido seguir teniendo la sensibilidad que hoy me lleva a escribirlo.




Próximo capítulo: FOTOS PARADISO