12.08.2006





ANUSHKA



Me ubico entre la pared y el caño de la salamandra. Me aseguro que no tendré a nadie molestándome a menos de dos metros. Además, no somos tantos, apenas cuatro. Hay más que suficiente lugar para todos.

Desmayada por el cansancio y el vino caliente que le robé al chileno en las montañas ¿de Nepal?... me meto desnuda en mi bolsa y me duermo.
Me despierta, no sé la hora, alguien que me sacude. Y me sacude mal. ¿Y qué veo en la penumbra iluminado apenas por la luz de la luna que entra por la ventana? ¿Qué veo?... al demonio negro (de ángel no tiene nada) en todo su maldito esplendor, tratando de encajar SU colchoneta en MI espacio. Intentando desplazarme contra la pared para poder meterse pegado a mí. Qué asco.

Sólo ojeada por el resto del lugar y advierto que tiene TODO el piso libre. Pues, ¿qué mierda (sic) hace encima mío? ¿Eh?
Me incorporo como una leona, furiosa, mal despertada y le pregunto qué diablos intenta hacer. Él, vestido de negro como mi alma, ni contesta, solo se empeña en tratar de bajar una loma en la mitad de su colchoneta que se dobla, precisamente por falta de lugar, porque insiste en extenderla junto a la mía.
Como estoy desnuda me contengo de no salir de la bolsa y molerlo a patadas. No por pudor, qué va. Para no darle el gusto de nada.
Entonces lo ataco con mi lengua venenosa de serpiente que le están usurpando el nido. Mal. Le digo que se dé cuenta, carajo, que siempre tenemos problemas con los chilenos porque siempre se nos vienen encima, no entienden de límites, no respetan nada. Hartos guevones son. (sic) Que, además, son unos jodidos, (sic) que el resto del lugar está TODO vacío y tiene que venir a ponerse justo encima mío.

Lo peor es que no reacciona. A nada. Con precisos movimientos empuja y empuja, sin contestar. Ignorándome. Qué odio. Pero qué odio, murmuro, mientras me va corriendo despacito. Hasta que lo logra. Claro que sí. Me deja encima de la pared. Suspira satisfecho y sonríe el muy ladino.

–Tú dices que odias a los chilenos...
Por fin habla. ¡Vamos! ¡Vamos! Quiero escucharte... A ver qué pretendés, cretino.
–Y lo dices sin motivo. Linda, te daré motivos para que me odies el resto de tu vida.

Que ya me tiene harta hablando con los tu y los ti y yo sólo quiero dormir porque estoy agotada y este pajarraco con espalda ancha de alacalufe se me instala al lado, me quita el aire y, además, me amenaza.
Ni te molestes en buscar otros motivos porque con los que tengo hasta aquí, me alcanzan y sobran, bastardo.
–Mirá, Chileno, no sé que buscás, pero te advierto que si andás con tu asqueroso brote encendido y se te ocurre ponerme una mano encima, degenerado... tendrás que vértelas conmigo. Te reviento a patadas. Elegí antes de seguir con toda esta estupidez, le escupo en rioplatense básico.

Oh no… se ríe el muy maldito mientras saca de una bolsita grande como mi puño una tela que despliega y cae suave como una enorme nube oscura: SU maravillosa y liviana bolsa de dormir de perfecto Guia en los Cuernos del Paine, sobre MI cara.

–Calma Mujer. No te haré daño. Nada que tu no quieras, dice mientras le da forma a una almohadita. Te acordarás de mí, de este Maldito Chileno, el resto de tu vida. Y me odiarás, es verdad, porque no te dejaré dormir en toda la noche. Porque tu no querrás dormir, a pesar de tu cansancio. Y lo dice mientras prolijamente acomoda sobre su cabecera la almohadita con la forma justa de su nuca junto a un neceser.
No quiero imaginar, ¡maldición!... ¡los estoy viendo!...el delicado y suave material con que protege y preserva su jodido trozo. Neceser del mismo color oscuro de la bolsa y de la almohada que sacó también del estuche de la bolsa. Accesorios de chileno puto (sic)

Sin más y parado frente a mí, se quita el chaleco sin mangas, la remera, el pantalón (no lleva calzoncillo) y así nomás, se pone a trabajar con los cierres de su bolsa y la convierte en algo para dos. Se mete y con tres golpecitos sobre el espacio que queda libre a su lado, me dice: Ven. Ven aquí. Pónte aquí.

Ay, ni te imaginas tú con quien te has topado. Ni tienes tú la menor idea. ¿Que te pasa a ti, infeliz?
Te repito... si me tocás te mato. Y Anushka, quién otra, le muestra su navaja Arbolito, color gris acero con cachas de grafito, apertura automática, hoja de filo pulido a puro granulado de porcelana, con la cual le detiene el estúpido movimiento de la mano con el que la convoca a su lado.

Te fuiste al carajo, Ané.

Creo que no le dan ganas ni de moverse. Ni de sacar la colchoneta de allí. Ni de nada. Se queda inmóvil, como un Tótem de la Isla de su Nana. Duro, con la vista fija en el techo. Al cabo de 5 minutos, por puro cansancio, tampoco olvido que venía del Chaltén, subió dos veces el Piltri, animó toda la noche, se tomó todo el vino (con un déficit de 48 horas de sueño en su cuerpo) o porqué no, aplastado por el arrepentimiento de haber hecho todo en vano, se desmayó. Y comenzó a roncar a una palma de mi cara. Todo el resto de la noche. Como un buey.

Me despierto y porque desconfío de mi sueño cuando estoy apunada, y del vino caliente de anoche en Nepal, me acerco a su cara, muy cerca. Con cuidado, sin tocar un solo pelo de sus largas crenchas desparramadas sobre sus hombros. Sigue como Tótem. Su respiración es relajada, su ronquido, no de buey ahora, le mueve las aletas de la nariz. Casi rozo su boca. Sigo por su nariz, sus ojos, su frente, recorro cada una de sus mejillas, me detengo en la chiva de indio con chiva, subo a su pelo. Huelo. Lo huelo. No hueles a sexo, Tesoro. Zafaste.
Teníamos la noche sellada con una de vino caliente y una de caña. Abrazados, nos mentimos un par de historias. Si hasta nos juramos morir pronunciándonos en el fuego de alguna revolución. Y mierda.. Me vienes con eso de calma, Mujer, no te haré daño...

Guardo mi navaja y me visto.

Bajo a tomar mate con quién sea esté ahí abajo cargando de leña la cocina.

Por cierto, Chileno, ya te olvidé.


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Imágenes en Ané, Annette y Anushka sobre dibujos de Lorena Bustos