12.04.2006

Foto: Miriam Fernandez

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LAGO PUELO




No tenía que pensar demasiado. Soluciono en parte el problema del pie con el agua fría que pasa por un canal, unas zapatillas livianas que no presionen el tobillo y dos aspirinas para el dolor. Y el tema de la guardia... lo dejo correr también por el canal.

Carlitos me dice que hay dos rutas para llegar al lago. Una directa desde el centro de El Bolsón, por la calle San Martín y el otro por la ruta 40 (ex 258) que pasa por el cruce de la subida al Piltriquitrón. Es más larga y con dos pendientes bravas, aunque después seguís en bajada y llegás a tomar una velocidad de ¡70Km por hora!
Para no caer en tentación (soy capaz de subir el Cerro otra vez para ir a despertar el chileno maldito que prometió bajarme a upa por mi pie) apuesto a la ruta directa.

Salgo con la mochila a cuestas rumbo a Lago Puelo. Apenas a 19 Km de El Bolsón. Una villa serena, de ensueño. ¡Qué placer pedalear por esa ruta! Sólo esos 16 Km. justifican la compra de mi bicicleta.

¿No te sobran X pesos?... me preguntó una amiga loca como yo (muchos pesos para mí, y no digo cuántos para no acordarme de los días que comí sólo arroz yamaní)
¿Para?
Así te comprás una bici como la mía. Y sos tan feliz como yo. Demasiado entusiasmo para digerirlo sola. Necesitaba ayuda. ¡Pobre el resto que tuvo que soportar el de las dos mientras pedaleábamos las rutas de nuestros sueños!
Y aquí voy, feliz. Disfrutando de la montaña, camino al lago.

Reconociéndolo.
Porque lo crucé en un lanchón hace una pila de años para ir a comer a una pequeña hostería que estaba en la otra punta del lago, muy cerca de Chile.
Todo muy bonito. Enamorada de un perfil. Y tan enamorada que supongo merecía una flor que había en la punta de la copa de un árbol. Decir que el dulce dragón del lindo perfil que trepó raudo por el árbol en su búsqueda y se le rajó el pantalón de cabo a rabo, es un detalle insignificante. Y que tuvo que volver sobre el lanchón con el viento helado azotando su liviana camisa porque el pulóver iba en su cadera, otro.
Valió la pena, lo admito, porque a Cecilia el dragón le dio su perfil, entre otras cosas, y su dulzura alcanzó para los cuatro. A unos les tocó más. Y a otros la mía.

Llego al lago Puelo y recorro el Parque. Me interno en el Bosque de las Sombras. Maravilloso. Encuentro, luego, una camioneta japonesa estacionada en la confitería, junto al lago.
Qué mejor lugar para tomar un café. Por cierto es muy temprano. Una vista alucinante. Una diosa la mujer que atiende al español de la japonesa mientras toma una cerveza acodado en la barra.
El hombre me invita un trago mientras yo le pido un café a la mujer. Él no sé que me dice y yo, porque ella ya estaba en la trastienda de la barra, grito ¡DOBLE!.
Como veo que el español sonríe, vaya uno a saber que fantasía le desperté con lo del trago doble, me siento frente a un ventanal en una mesa con única silla.
Pues coño..., es que está todo bien con la Madre España que lo mandó, solo temo que su aliento pueda alborotar mi estómago a esta hora y empañar mi mañana. Si se acerca, me saldrá la andaluza rabiosa que me pide soga. No te la recomiendo, Pepe, José, Antonio, Felipe o como quieras que te llames. Porque distinto hubiera sido si nuestro cruce lo hubieran marcado las coordenadas de un crepúsculo. Echaste mala.

Me quedo frente al lago hasta que el sol comienza a calentar, y el español a enfriarse. Tampoco hay que provocarlo para que, en cuanto me vea salir, pegue la trompa cromada de su japonesa a mi rueda trasera y, como Reina de la Verbena, me lleve a pasear sobre su capot por todo el Parque Nacional del Lago Puelo.

Sigo para el Hoyo. Casi dejo los pulmones en las cuestas, a pesar de la maravillosos 21 cambios que me ofreció XR. Bravísimas subidas, aunque luego vienen las recompensas en prolongados descensos. Impresionante el paisaje de montaña.
Entonces recuerdo que dejé la bolsa de dormir en el Hostel. Además, no había avisado a nadie por dónde andaba y eso... no se hace. Regreso.

Sedienta, decido en el medio de una curva, en el medio de una pendiente, cruzar la ruta y entrar por un alto portal de madera. Un madero en la parte superior indica el nombre del establecimiento y luego hay que subir más aún. O sea, desde la ruta no se veo nada. Sólo un portal, al cielo.
Me bajo de la bici y subo. Cruzo el portal con el cartel de Cuidado con el perro atenazado a unos hierros. No ha de ser tan malo si dejan el portal abierto. Me encuentro con un parque donde reina un gran sentido de lo estético.
En verdad no sé porqué llegué hasta aquí arriba, porque tengo agua en el recipiente de la bici.

Sobre el fondo está la casa principal. Por respeto no me acerco. Apoyo a XR sobre unos rollos de alambre y una casita de madera. Un perro echado, me mira. Sos el perro feroz del cartel, grrr..., lo saludo en su idioma. Hola lindo. La imagen del cartel no te favorece. Sos mucho, mucho más bonito. Con desgana levantó dos veces la cola, a modo de respuesta.
Me dispuse a beber y a disfrutar de la maravillosa vista, ya que la casa estaba sobre una lomada y me permitía ver, alrededor y más abajo, extensas plantaciones de frutillas y de árboles frutales.

Sale de la casa una mujer y se acerca.
No lo puedo creer, susurra. Dejaste la bicicleta justo sobre la casilla el perro. Y lo dice en tono de: No te muevas..., tenés una granada pegada en la espalda.
Toma a XR y cuando la saca de donde estaba, el perro se pone a ladrar de una manera horrible, muestra los dientes y activa su lanzababas. Se vuelve muy parecido al perro malo del cartel. A mí cuando veo que le meten mano a XR. Como en este caso.
Su dueña logra hacerlo callar mientras yo arranco a XR de las manos de la mujer y la llevo del otro lado del parque donde hay unas rocas que ofician de bancos.
Lo que no entiendo, me dice es cómo no te escuchó. Es muy malo, bravísimo. Menos mal que te vi, me dice. Sos una afortunada.
La que no entiende nada soy yo. Si con el perro la pasábamos de maravillas.

Le pido permiso para permanecer unos minutos mientras me hidrato y le explico que luego sigo viaje. No hay problemas me dice. Y luego de averiguar un poco más sobre esta sospechosa mujer que tiene instalada en su parque, vuelve a su casa.

Al cabo de unos minutos regresa: Yo no creo en las casualidades, por algo estas vos aquí.
Es verdad, ahora tiene razón. Hay una extraña razón.
Pero mi viaje, mi vida, mi ruta está atravesada de sucesos extraños y ya no me sorprende. Sólo espero, porque en algún momento, me acerco a alguien o me alejo de alguien y el asunto adquiere un sentido.
Para despejar el misterio de “aparecida a tomar agua en un lugar donde apoyo mi bicicleta justo sobre la casilla de una fiera asesina y el mundo gira como si nada”, le digo a esta mujer que estoy totalmente de acuerdo con ella. Hoy no puedo comprender el significado de nuestro encuentro. Seguro ella tendrá algo para decirme o yo para dejarle.
Pero que no se meta con XR, carajo.

Charla va, charla viene y me hace pasar a su casa, muy bonita por cierto. Me presenta a su hija adolescente que suspende su almuerzo de pie en la cocina y desaparece de inmediato de la escena.
Me pregunta si me gusta el jugo de manzanas. Y sale por el jugo que me encantaría. Me da a probar un delicioso néctar recién elaborado por su marido. Y salimos por el marido, que luego de mirarnos, le interesa dar una vuelta más a la prensa con la que elabora el jugo de manzanas en un galpón abierto detrás de la casa, que la compañía de su mujer con la mía.

Me despido, le agradezco porque en verdad ha sido muy cordial y generosa conmigo, me acompaña hasta la salida del parque y me dice: Ana, era tu nombre ¿no?... Entre otros, me dieron ganas de confesarle. Para qué. Y luego de mi gesto afirmativo, mientras subo a la bici, me dice:
¿Qué estas buscando? ¿De qué estás escapando? A veces queremos llenar los vacíos con hermosos paisajes. Y no es posible, Los llevamos con nosotros adonde quiera que vayamos.
Me ofrece ayuda porque integra un grupo que, pienso yo, te contiene cuando adviertes en una ronda la escandalosa medida de tu profundo agujero.

Cielos...
Balbuceo algo a modo de despedida y salgo cuesta abajo hasta la ruta.
En principio escapo de unas preguntas. De ninguna manera quiero que el sabor dulce de un jugo fresco se vuelva hiel en mi boca, que el impresionante paisaje que me rodea se vuelva claro pretexto, que un cartel me convenza que el perro sea el mismísimo, Satanás, aunque lo sea. Que una mujer me haga redefinir el sentido de su hospitalidad.

No quiero saber qué busco ni de quien escapo.
Tampoco la profundidad de mi vacío. No ahora.
Me perdería las jugosas vivencias con las que me empeño en llenarlo.


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