12.29.2006





BIENVENIDA


A las 11 de la mañana estamos en Bariloche.

¡Y sin inconvenientes! ¡No hubo cuadrillas de obreros sosteniendo con largas varetas de hierro las vías rotas para que el tren pase despacito por la fea curva y no se tumbe hacia allá abajo, en el fondo de una pared de piedra de un cerro! Pero que bien.


Puente del Ñirihuau


Fotos Maxi Blanchet


Tren Patagónico... ¡¡¡TE QUIEROOOOOOO!!! Ni te imaginas cuánto.

Ojalá nunca te encuentren los japoneses. O reaparezcan los ingleses. Qué tendría yo para contar. A ver... Apoyé mi trasero en el asiento siIiconado y un cinturón de rayos láser se encendió en mi cintura. Respiré hondo y el cartel “No olvide sus objetos personales al descender” Indicaba que habíamos llegado. Exhalé. ¿Qué cosas interesantes suceden en una profunda inspiración dentro de un tren bala para que yo invente un libro? ¿Eh?


Foto Rómulo Morishita

Bajamos del tren y me reencuentro XR, mi negrita que, salvo la tierra que la cubre -y ojo, no cualquier tierra, sino la polvorosa tierra de la Línea Sur, podría decirse que hizo un viaje sin sobresaltos.

Para poder cargar una bicicleta en el tren se necesita una guía de despacho, obvio. Guía y trámite que hay que realizar una hora antes de la salida del tren, obvio. Pues yo desconocía todo esto, obvio. Llegamos a la estación de San Antonio cuando ya estaba el tren por salir, sin tiempo de guía ni de nada.
Que yo no viajaba sin ella. Y andá a desporfiarme.
Segundos antes que suene la campana dijeron agotados que harían, y por única vez, una excepción, bajo la exclusiva responsabilidad del encargado de la carga.
Así, XR fue cargada en el último vagón del convoy, bajo mi atenta vigilancia, a qué dudarlo, y acomodada entre dos pilas de bolsas de cebollas.
Se la recomendé al guarda. Te la encargo, le dije. Quédese tranquila. Como si fuera tu novia. Sonrisas. Eso sí, si le pones la mano encima, te reviento. Congeló sonrisa, corrió la ancha puerta del vagón y chau, loca.

Snif. Solita ahí adentro, vaya a saber uno que cosas le tocaría vivir.
De todos modos cada vez que lo crucé al guarda en el trayecto (no olvidemos que en este tren uno se desplaza: puede ir al comedor, al cine, a los vagones de primera, camarotes, baños) me ocupé con un: ¿todo bien? –mirándolo fijo–, de que el buen hombre se asegure que esa hermosura entregada en manos esté de maravillas. Caso contrario, al mejor estilo Ágata Christie, moriría asesinado durante la noche del Patagonia Express.


Bien, estamos en Bariloche. Sono arivatto.
Iremos a lo de nuestra amiga Aida, en esta ciudad. No es demasiado lejos, muy cerca del Bariloche Center, el archifamoso mamotreto de cemento y ventanas. Erigido en pleno centro, ofende. Como cualquier prepotente y absurda estupidez.
Salgo de la estación en mi bicicleta y a las pocas cuadras Cecilia me saluda sonriente desde el vidrio de atrás de un taxi.

Tomo la costanera.
Si tenía alguna fantasía poética de pedalear por la orilla del lago Nahuel Huapi, entre mariposas blancas mientras la vida me sonreía alrededor... pues no. Nada de eso.
Los autos, muchas camionetas 4 x 4 me pasan finito, a mil y por sobre todo camiones y colectivos tosen el humo de los caños de escapes en mi cara.
Mariposas negras. (Y yo aposté a que la verificación de motores estaría del lado de los que andamos a pulmón)
Encima, como la ciudad está asentada en la base de la montaña, los autos bajan en picada y, en este caso, desembocan en la costanera. O sea, me disparan de todos los frentes, pedaleo entre tanques y las banquinas están minadas.

Puedo escribir que el lugar no es el ideal para andar en una XR 3800 Negro mate, ni en ninguna otra, por el tema de las pendientes, la velocidad del tránsito y las banquinas angostas, pero como estoy leyendo El Pintor de batallas, de Pérez Reverte, cómo me gusta, me tomo una licencia. Y lo digo como lo dije.

Llego hasta la intersección que me lleva a la calle España y en maniobra rápida, doblo a mi izquierda rumbo a la punta, arriba. Así escrito parece poca cosa, pero hay que estar ahí y, en bicicleta, doblar a la izquierda.
Comienzo a trepar y de pronto una camioneta con un carro enganchado y unos tambores saltando encima del carro, se acerca a mi lado. Un degenerado me grita mal, fuerte: “¡Yo a ese culo lo conozco!” (sic)

Oh, no...
No lo puedo creer.

Recién llegada, bajando del tren, con no sé qué cantidad de miles de habitantes asentados en esta turística ciudad y vengo a dar justito con un cordobés loco. Cuando nos encontramos en Las Grutas, siempre me carga por el tamaño de mi trasero. (Porque yo se lo permito como a un jodido hermano, que no es)

Abrazos, encuentro. Tan sacado como siempre. Dice que venía por la costanera y 300 metros adelante vio mi culo en bicicleta por la banquina (sic) O sea, me vio.
Se apura porque TENÍA que saber qué hacía yo en Bariloche y resulta que ya no estoy, me pierde de vista. Entonces ahí nomás, loco, con carro y tambores encima (no olvidemos que la costanera es una avenida de doble mano) dibujó una hermosa U, con lo que ello significa, y comenzó a subir la cuesta luego de haber dejado una horda furiosa atrás.
Fue entonces, dice, que lo vio. Justo enfrente, ahí delante de él, a mi culo, trepando la cuesta. (sic)
Clarísimo. Para qué agregar más.

Digamos que este inesperado comité de bienvenida a cargo de un turco pirado como anfitrión y una banda de tachos, conmemorando la llegada de mi trasero a Bariloche, resulta más que emotivo.

Si mi viaje comienza así, me dije, el resto será para alquilar balcones. Sin lugar a dudas.




Imagen editada sobre Ilustración de Lorena Bustos

Próximo capítulo: DIOSAS