12.10.2006




ANÉ




Me ubico entre la pared y el caño de la salamandra de abajo. Así garantizo que no tendré a nadie resoplándome encima, ni viceversa.
Agotada por el cansancio y las emociones, sobre todo por el abrazo que pedí y bien que llegó, me meto desnuda en mi bolsa a dormir el sueño de los justos.
Me despierto, no sé la hora, porque alguien trata de hacer lugar para acostarse a mi lado.
¿O me equivoco o está todo el espacio desocupado para que quien sea se acomode por ahí?
Lo veo apenas iluminado por la luz de la luna que entra por una de las ventanitas: es el ángel del abrazo. No hay dudas. Y lo estoy viendo sin necesidad de anteojos.

Me río. Chico, le digo, ¿entiendes porqué siempre surgen problemas de límites con ustedes los chilenos? Porque ustedes no los respetan. Se nos vienen encima. Siempre. Y donde sea.
Ríe el también.
Pues que soy una mujer grande, ya duermo menos horas y si me despiertan me desvelo. Tendrás que entretenerme ahora, le digo muy seria.
Sonríe.
–Haré lo que pueda, sobre todo porque se trata de una mujer... grande. ¿Qué cosas entretienen a una mujer como tú a esta hora de la noche a 2000 metros de altura? Díme. Veré si puedo hacer algo por ti, para complacerte.
(Uy, que me encantan tus tu y tus ti. Ni te imaginas cómo)
-Y le pondré tanto empeño que te aseguro no extrañarás ni un poquito a tu sueño.
–Mirá, Chilenito, no sé que buscás, pero te advierto que si sos un cochino depravado, gritaré y el bonito Super Star de abajo subirá y me salvará de tus garras.

Ríe otra vez, mientras saca de una bolsita grande como mi puño una tela que despliega y cae suave como una enorme nube sobre los dos. Una maravillosa y liviana bolsa de dormir.
–Calma Mujer. No te haré daño. Nada que tu no quieras, dice mientras le da la forma exacta de su nuca a una almohadita. Sólo quiero estar contigo. Hasta devolverte todo el sueño que te he robado.

Y lo dice mientras prolijamente acomoda sobre su cabecera un neceser. No quiero imaginar, ¡Cielos!... ¡no puedo dejar de hacerlo!...el delicado y suave material con que protege y preserva su trozo cada una de las veces que lo hace, con cada una de las que se le ponen a tiro. Neceser del mismo color oscuro de la bolsa, y del estuche de la bolsa, y de la almohada que sacó también dentro del pequeño estuche de la bolsa. No puede ser de otra manera. Es un tipo organizado. Y, por lo que veo... se cuida. Relájate conmigo, Hermoso. Te avisaré con anticipación si me vienen las ganas y hasta tendremos tiempo de elegir nuestro aliado por el país de origen. Sí que tienes un hermoso surtido.

Sin más y parado frente a mí, se quita el negro de encima, el chaleco sin mangas, la remera, el pantalón (no lleva calzoncillo) y así nomás, con su divino sable de Samurai al aire, digita los cierres de su bolsa (y la mía) y en dos toques la convierte en un gran cobertor para los dos. Se ubica dentro y con tres movimientos de su trasero, sobre el espacio que queda libre entre él y yo, se acomoda como el gato del Refugio, sobre mi costado. Y apoya su cabeza, con larga cabellera incluida, sobre mi pecho. O mis pechos. Depende la connotación que se le quiera dar.

¿Vieja Ané que cuernos estás escribiendo? ¿No quedamos que seguía yo? No me confundas más.
Tranquila. Sólo algunos jugosos detalles.

¿Y qué hace una mujer, la vieja Ané en este caso, desnuda, metida dentro de una bolsa, desvelada una madrugada en un refugio de montaña con un hombre recostado sobre sus pechos? ¿Eh?
Aprovecharlo todo de entrada no me parece. No es mi estilo. Ni siquiera Annette haría algo así. Menos Anushka, con un hombre, y encima chileno.
Calma. Lo que tenga que ser llegará sólo. A lo sumo apuraré un poco. Que lo veo tan bonito, tan firme, tan fuerte, tan...

Ané..., ¿te volviste loca?
¿Loca? Si me permito vivir lo que quiero vivir es estar loca pues... a qué dudar. Pero no me distraigas, que lo importante es este ángel ahora, con dos dedos roza despacito mi piel, justo al borde de mi columna y va hacia abajo.
Pero... ¿No te parece...
¡Shsssst... que no me dejas escucharlo!

–Por qué insistes tú con lo mismo. ¿Cuándo una mujer es grande? Dímelo. Y si lo fueras... ¿qué?

Eso. Qué. Cómo te quiero. Por algo estás aquí conmigo hoy, Tesoro, habiendo tanta carne tierna al pie de esta montaña. De veras que no quiero saberlo. Lo tuyo es un supremo acto de amor.

Ané... ¿no estarás?...
¡Cuernos! Evidentemente tendré que saltearme párrafos enteros. Porque no tengo intimidad. Todo el tiempo me interrumpen, intervienen y me quitan concentración. De todos modos con este Samurai a mi lado, anticipo, no dudaré en disfrutar cada uno de los inéditos detalles.

No olvido que él venía del Chaltén, subió dos veces el Piltri, animó toda la noche, se tomó todo el vino (con un déficit de 48 horas de sueño en su cuerpo) y aun así, sin demasiadas palabras celebramos la pasión como sentido de vida. Brindamos con caña de una vieja petaca por las coincidencias y por las maravillosas diferencias.
Y nos hacemos amigos, con la yema de los dedos, recorriendo la piel del otro, de a pedacitos, en circulitos que se expanden y nos entibian el alma, intentando llegar al rincón oscuro y frío donde un niño de ojos tristes nos mira asustado.

Una cuestión de piel, totalmente de acuerdo y que en amoroso acto me la celebren..., pues es más de lo que me atrevo a pedir.
Colmados de muda poesía, nos rendimos al sueño. Enseguida, abajo, suena un despertador. Me acerco a su cara. Mi cara muy cerca de su cara. Su respiración es relajada, un ronquido suave apenas le mueve las aletas de la nariz.
Huelo su cabellera. Lo huelo. Recorro con mis labios su hombro. Tiene la piel algo fría. Lo cubro y levanto un cierre de su bolsa.

Por cierto, no lo olvidaré. Jamás.

Me visto, lo beso y bajo a tomar mi té con pan casero tostado y mermelada de frutillas, que ayer me dio a probar Nachito. Seguro anda por ahí abajo. Amo esta escalera. Me recuerda a otra que me llevaba al racimo más dulce de un parral.

.

Próximo: ANNETTE